Amor fati

Ilustración_sin_título 93Lía siempre se había considerado una cínica, seguidora de Diógenes y amante de las muecas incrédulas. Una ferviente fanática del pensamiento crítico y el cuestionamiento en exceso. O lo que es lo mismo una quejica, bocazas con tendencia a la teatralidad y necesidad de atención. Era tal su indignación que tenía el record mundial en mantener los ojos en blanco. Hasta que un misterioso hecho, el día 31 de diciembre, la empujó a los brazos de los estoicos, los imperturbables. Lía, como cada año, decidió ponerse el pijama para poder acostarse sin darle la más mínima importancia al falso fin de la década que tanto celebraban la gran mayoría. Un día más, musitó para sí misma, mientras cambiaba con recelo los canales en los que aún se realizaba la tradición anual de quitarse doce prendas de ropa en prime time cuando daban las doce. Sin pensar, harta de ser otra voyeur más de la mezquindad humana, tiró las uvas a la basura y exhausta, se dirigió a la cama. Cuando las sábanas rozaron sus fríos pies, Lía cayó en un profundo sueño digno del dios cloroformo. De repente, cuando el reloj dio las doce y media, unos golpes invadieron la casa. De la basura empezaron a salir correteando uvas del tamaño de cabezas de bebés que habiendo cobrado vida reclamaban atención a todos los electrodomésticos de la casa. Eran pequeños demonios hambrientos de incordio. Al principio, Lía no se percató, estaba acostumbrada a los ruidos nocturnos de los niños del vecino, que consideraban que la mejor hora para tocar la flauta dulce y jugar a las espadas eran las dos de la mañana. Cuando a la uva menos perspicaz se le ocurrió tirar al gato por las escaleras, Lía se despertó súbitamente. Abrió la puerta y se quedó atónita al presenciar el macabro escenario. Negó con la cabeza mientras se frotaba los ojos y se preguntaba qué tipo de alucinógeno le habían puesto en la sopa.  Empezó a hacer lo que mejor se le daba, indignarse, criticar y menospreciar a aquellas hijas de satán que habían decidido cobrar vida y montar una ópera bufa en su hogar. Ante cada ojo en blanco, palabra malsonante, o crítica, las uvas crecían y se volvían más agresivas. Lía, estaba cada vez más asustada. No sabía qué hacer, su cinismo era la fuente de energía de aquellas frutas malditas nutridas con odio. Lo mejor que podía hacer, era no hacer nada. Mantenerse impávida, imperturbable. Y eso hizo. Fue a la cocina a prepararse un café mientras las uvas prendían fuego a la fuente de chocolate del día anterior provocando la erupción del volcán de fundue de chocolate más grande del planeta. Y aunque el chocolate era la única religión a la que Lía le profesaba su fe, se mostró impasible, nadie ni nada y menos una fruta conseguiría influir en su paz interna. Las uvas disminuyeron su tamaño y en el momento menos esperado Lía abrió la boca y una a una fueron condenadas a una dieta saludable rica en fibra y estoicismo.

 

Ilustración y relato de Riastone.

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