Hace una semana me di de alta en Netflix. Sí, lo sé, craso error. Estaba harta de no poder participar en las conversaciones de mis amigos y no podía soportar más spoilers de series que no tenía planteado ver pero que ya me habían frustrado. Así que inicié sesión, introduje la contraseña y voilá, cuatro horas después eran las dos de la mañana y aún no había cenado. Mi campo de visión por naturaleza periférico, ahora se encontraba limitado a la pantalla del ordenador y cabe resaltar que no era de grandes dimensiones. Hablo en pasado, porque dicho portátil ha desaparecido en extrañas condiciones esta noche. Verán, como cada día, me levanté tras escuchar el despertador, cogí el teléfono móvil, me pasé un cuarto de hora viendo historias de gente que no me importa y finalmente reuní la fuerza necesaria para que mi pie se deslizara en busca de la zapatilla perdida. El otro pie celoso, hizo lo mismo. Seguidamente, me dirigí al escritorio, encendí la lámpara y vi lo acontecido. Un espacio en blanco desolador donde antes reposaba mi querido ordenador y una carta de secuestro al más puro estilo de los noventa. La carta estaba escrita con letras heterogéneas de múltiples hojas y relatos. En ella un inquietante mensaje:
-Estimada anfitriona, ardua lectora y fiel amiga:
Hace unos meses dejaste de visitarnos, y hacernos revivir nuestras historias. Esto se vio empeorado hace unos días por una fuerza suprema desconocida y es por esto por lo que hemos tomado las riendas. Nosotros lo dábamos todo por ti, nos esforzábamos en cada página, usando las palabras adecuadas para suscitar las emociones esperadas. Acongojados y con ansias de revolución, a petición popular, hemos decidido secuestrar aquello que más amas. Hasta que no veamos un cambio notable en ti, no volverás a ver a ese trasto metálico hipnotizador.
Firmado : Tus más queridos personajes.
Al principio no entendí absolutamente nada y me llegué a plantear si alguien me había puesto algún alucinógeno en el vaso de leche del día anterior. Tras unos minutos de reflexión todo empezó a encajar. Me dirigí a la estantería, allí residía mi amada colección de libros. Mis compañeros en las vacas flacas y en tiempos de soledad. Decidí escoger uno al azar y entonces descubrí el desastre. Mis personajes favoritos hartos de tanto hastío y confinamiento, presos de sus cárceles de palabras, repitiendo día tras día la misma historia habían proclamado su pequeña revolución. Julieta había dejado a Romeo y se había fugado a Nunca Jamás. Cthulhu se había comido a Hansel y Gretel. Las golondrinas de Bécquer habían muerto a manos del gato negro de Poe. Y, por si esto fuera poco, no solo sus historias se habían entrelazado si no también sus tipografías. Estaba ante un océano de vocales y veía a un tsunami acercase a mi retina de forma descontrolada. Haciendo caso a sus peticiones, me dejé llevar por las corrientes de letras dispares y devoré historia tras historia a cada cual más inverosímil olvidándome del objetivo principal de mis acciones.
Nunca me había sentido tan fascinada por estas historias hasta el momento. Todo esto me ha hecho plantearme dar de baja la suscripción, aunque puede que a partir de ahora deje el ordenador lejos de las zarpas de mis libros revolucionarios, soy consciente de que han intentado apuñalarlo con espadas de papel.
P.D: Debo recordar no abandonar mis relatos favoritos si no quiero otra sublevación.
Relato e Ilustración de Riastone.