Caos: el origen

 

 

Ilustración_sin_título 90.jpgAl principio solo existía Caos o eso juraban los griegos tras tres copas de más. Hablaban de una masa informe donde los elementos yacían en confusión, pero en realidad, Caos vivía en el tercero segunda, era descuidado, uraño y no creía en el género binario, puesto que no existía ni el uno ni el otro. Los miércoles se levantaba temprano y hacía algo parecido a lo que hoy en día entendemos por yoga, eso sí, semidesnudo. Se estiraba hasta el límite del universo y luego mostraba sus posaderas al límite opuesto. Sus enormes manos iban a juego com su nariz que a parte de grande era puntiaguda y prominente. De su barbilla surgían cascadas de pelo cano que aunque le aportaban un aspecto sabio no compensaban la falta de orden. Tal era su neurosis y torpeza que a cada paso que daba comprobaba la realización del anterior. La limpieza no era lo suyo, defendía que tras una buena capa de suciedad todo resultaba más vívido y dejaba de mantenerse inerte. La vida era barata cuando la mugre se abría paso, todo era posible cuando el remolino de cabello del desagüe creaba pequeñas balsas donde chapotear.

Aunque su mayor sueño era poseer una tienda de numismática, se limitaba a vagar por la casa buscando un propósito y descubriendo bellas criaturas que brotaban de la basura o de la pastilla de jabón del lavabo. Era un coleccionista nato de formas de vida, el unicornio nació de una mezcla de comida en mal estado y unos rotuladores pasados que habían confluido en una bolsa de basura perforada situada en una esquina de la cocina. Cada día era una sorpresa, en cualquier rincón, sobre todo en los rincones, surgía un nuevo ser que estudiar y catalogar. Y claro, luego aparecimos nosotros, seres amorfos mitómanos de una galaxia pegada a una olla de fideos. Nos dejó macerar tanto que evolucionamos y empezamos a hacernos preguntas. Cobramos consciencia. El gran Big Bang lo llamó Caos, porque cuando se quiso dar cuenta su sopa se había evaporado y un pequeño fuego se había iniciado en la encimera. Al principio le hicimos gracia, nos empezó a catalogar, a jugar con nosotros, se preocupaba por nuestro bienestar. Luego nos quedamos olvidados al lado del enchufe de la tostadora, buscando un sentido a nuestra existencia y explorando los límites de la olla, mientras los platos se apilaban y no quedaban tenedores a los que aferrarse.

 

Relato e ilustración de Riastone.

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