LA MUJER DE NINGUNA PARTE: relato en bucle

Se levantó, y con un largo suspiro, se dirigió a la puerta y la cerró con tristeza y desasosiego. Supe que jamás volvería a verle, me despedí de su sombra acariciándola con prudencia. No pude contener las lágrimas, así que empecé a llorar flores. Eso es lo que hacen los árboles. Porque eso es lo que soy. Cada vez que encuentro un sitio en el que estoy a gusto, empiezan a brotar de mis cabellos flores. Y de cada poro de mi piel surgen ramas que crecen y crecen en busca de luz cálida y acogedora. Y si no salgo corriendo de ese páramo, me arraigo literalmente al subsuelo, y me nutro de todo cuanto me dan. Hay gente que padece miedo al compromiso, mi miedo es a echar raíces. Aunque os parezca contradictorio, sufro de una topofilia desmesurada, esa es mi bendición y mi castigo, ya que cuando una tierra me embelesa, no puedo evitar convertirme en árbol. Así que desde que nací recorro el mundo de punta a punta, evitando así que mi cuerpo transmute, resulta agotador y francamente solitario.

Muchos me llaman la mujer de ninguna parte, ya lo fue mi madre, y mi abuela. No es que sea tradición, es una condición hereditaria que nos maldice desde tiempos lejanos. No elegí libremente el nomadismo como forma de vida, se me otorgó genéticamente sin vehemencia ni compasión alguna. Por lo cual, me limito a aceptar el legado de la familia. Es la primera vez, en treinta años, que un sitio se me hace tan difícil de abandonar. Puede que no sea el sitio.

De todas formas, hace unas horas, estaba mirándome en el espejo mientras me cepillaba los dientes, y detrás de la oreja brotó la primera hoja. Ese es el primer síntoma. Siempre empieza por la cabeza, como el amor, después se dirige a las entrañas, y finalmente acaba en el corazón, donde no existe remedio posible y la transmutación se torna irreversible. Conozco el proceso, he visto con mis propios ojos qué sucede cuando prefieres quedarte, y no es algo agradable de presenciar. Me dispuse en ese preciso instante a llevar cabo el plan de escapismo que llevo integrado tras tantas fugas, como comprenderéis me declaro reincidente en huidas instantáneas que dejan un sabor amargo y una brisa desconsolada. Pero esta vez, algo truncó mi partida y es que justamente cuando me decidí a abandonar mi hogar, se cruzó en mi camino. Perplejo no pudo articular palabra, me miró como si hubiese visto un fantasma. Cogió aire y me propuso tomar algo en la cafetería de la esquina, no pude negarme, pero sabía perfectamente que iba a contrarreloj.

Me senté, y escuché sus quejas y su enfado. No pude contestar. Se levantó, y con un largo suspiro, se dirigió a la puerta y la cerró con tristeza y desasosiego. El resto es historia, esta historia.

Dafne

 

Relato e ilustración de Riastone.

 

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