Esta es la historia de cómo salí de las brasas o más bien dicho, del agua, para meterme en el fuego o si preferís, en el fango.
A todos les gusta flotar y a mí lo de estar con el agua hasta el cuello me provoca ataques de ansiedad. Mi madre siempre dijo que era la oveja negra de la familia, y tiene gracia porque de hecho todos mis hermanos son de colores vívidos ,todos excepto yo, que soy oscura hasta la espina. Y no es que a ella le fuese el rollo interracial si no que los peces somos así, de muchos colores, ¿sabéis lo que es eso? Tantos estímulos visuales acaban provocándote migraña. Y luego está el clima, yo no soporto tanta humedad, que sí que es divertido nadar pero no nos engañemos llega un punto en el que te aburres y dejas que la corriente te lleve, y terminas en centros de rehabilitación para peces a la deriva, y no quería pensar que me auguraba tal escalofriante destino. Yo había oído hablar de algo llamado gravedad que te hacía mantener los pies en el suelo, y no sabéis cuanto deseaba que esa gravedad fatal, que esa atracción del demonio se posara sobre mi endoesqueleto acuático y me hiciese sentir el peso de mi existencia.
También sentía una curiosidad ineludible por viajar, dejar el océano y ver mundo. Os juro que el agua en constante contacto con los ojos es extremadamente molesta y más si sufres de miopía, ponerse las lentes de contacto en el fondo marino es agotador. Probablemente os pareceré una llorona, quisquillosa y un poco petulante, lo siento, es así, ¿qué queréis que os diga? Mejor ir con la verdad por delante. No obstante no soy una quejica sin rumbo, quiero decir, quise poner remedio a tanta desdicha y me dispuse a emprender una memorable aventura. Resulta obvio que no gocé de todo el apoyo necesario, pero la aceptación de cuatro peces estúpidos ya no me importaba.
Un día temprano me fui, hice la maleta y huí. No es que esté orgullosa pero cogí el valor de la mesita de noche y me marché, eso sí, había hecho todas las investigaciones pertinentes para no morir en el intento, me puse una escafandra llena de agua con un sistema de recirculación y filtración, y además, fabriqué una especie de ungüento para mantener mis escamas protegidas. Soy una trotamundos, no una suicida. Y entonces, cuando llegué a la orilla, noté como los rayos de Sol incidían con mayor fuerza que nunca, y como el agua resbaladiza iba abandonando mi cuerpo sin querer, como si fuesen las caricias de un amante que nunca más vas a volver a ver. Las gotitas iban haciendo caída libre hasta el suelo, emocionadas y al mismo tiempo aterradas sabiendo que el final estaba cerca. Me puse de pie con mis dos aletas posteriores, y sentí como la gravedad se cernía sobre mí y sorprendentemente la sentí leve, ligera. Anduve hasta terminar exhausta, todo era naturaleza salvaje, verde, brillante, aterrador pero con una magia cautivadora. Y llegué a la civilización, no os mentiré, es cierto que iba en busca de vida inteligente, de algo mejor, de todo aquello que había visto en los libros remojados de la piedra en la que vivíamos. Esos grandes edificios que había admirado en revistas, estaban derrumbados, solo había ruinas, escombros por doquier. Y de los vestigios de lo que fue aquella sociedad moderna solo quedaba un mono comiéndose un plátano con una corona de oro, sentado en la cima de los despojos en lo que parecía ser una taza de váter, el trono real. Tal fue mi decepción, que no pude contenerme, y lloré, cosa que los peces no estamos acostumbrados a hacer, ni siquiera es algo fisiológico en nosotros . Alicaída y al mismo tiempo asombrada, teniendo en cuenta que poco hay que hacer en la tierra, y sabiendo que volver no es una opción, estoy construyéndome un cohete, sí, tengo conocimientos de aeronáutica, ya sabéis dicen que se hace camino al andar, no puedo contradecir eso. Asimismo, se me ha puesto entre ceja y ceja saber si hay vida en Marte, y tranquilos no echo de menos el agua, siempre la eché de más.
Relato e ilustración de Riastone .