Stream: Encuentro en alta mar

08.jpg

El pequeño submarino llevaba días navegando. Las suaves cortinas de agua se descorrían a su paso desvelando los juegos de luz que se derramaban desde la superficie. El hombrecillo había dispuesto unos pedales bajo el timón y los mandos para ejercitarse dado el reducido espacio donde había previsto pasar un sinfín de días. Además, conseguía generar energía que quedaba almacenada para hacer funcionar el pequeño ingenio mecánico. Todos los días pedaleaba entre 45 minutos y una hora (el gatito a su lado mecía las pupilas con cada subida y bajada de los pedales) y luego se levantaba y realizaba unos estiramientos, cosa que aburría mucho al gato.

Por las mañanas, cuando el mar estaba calmo, se adivinaban las formas de las gaviotas revoloteando en el aire como a través del techo de cristal de un invernadero. Entonces la navecita emergía y se acomodaba al suave balanceo mientras el hombrecillo compartía una latita de provisiones con el gato, sentado en su silla plegable. El ratito del desayuno daba para leer un rato (el hombrecillo había alojado una escueta estantería de libros) o desplegar su mapa y planear la jornada. Después, se dirigía diligentemente a los mandos y emprendía la exploración diaria.

A lo largo de los días habían recorrido los fondos alfombrados de anémonas y estrellas, seguido las caravanas de cangrejos ermitaños, las largas procesiones de erizos y los atascos en los que alguna vez habían tenido que separar a unas las langostas dispuestas a pelearse.

Al mediodía, cuando las esponjosas masas de aguas se cuajaban y aposentaban, la navecita cortaba el espontáneo bizcocho salado para subir una vez más y almorzar al sol. Entonces el gatito aprovechaba para dormir la siesta amodorrado por el aire caliente y amable cargado de salitre. Cuando el gato se desperezaba y se encontraba solo en la cubierta saltaba por la escotilla y sorprendía al hombrecillo sentado en el catre, con los pies colgando, dispuesto a proseguir la marcha.

La tarde invitaba a una travesía por los corales que se encendían con destellos multicolores con los últimos rayos de sol. Era el momento en el que el hombrecillo hacía ascender el submarino en espiral para observar el baile perezoso de las ballenas y seguirlas al rebufo. Así el hombrecillo podía dejar los mandos y sentarse a escribir la bitácora antes de dormirse hipnotizado por el canto distante y primitivo de los cetáceos.

Pero el pedaleo se vio interrumpido por un tintineo en el radar. El hombrecillo giró una manivela para descorrer un ojo de buey y poder mirar hacia la superficie. ¿Qué era esa gigantesca mancha que tapaba el sol? ¡Esa no era la hora de las ballenas!

Tiró de las palancas para desalojar el agua de los tanques. El aire comprimido empujó a la nave rápidamente hacía el techo de las aguas en una erupción de espuma y burbujas.

El hombrecillo se precipitó por la escotilla con los prismáticos en la mano. El gatito, que volvía a desperezarse, oyó como el hombre hablaba desde fuera.

-¡No te lo vas a creer! -gritó con voz emocionada-. ¡Mira cuántos remaches!

La cabeza del gato asomó por la escotilla para contemplar una mole de hierro remendado, encima de la cual, otro hombre ondeaba una bandera blanca.

-¡Y mira!- continuó el hombrecillo sin bajar los prismáticos- ¡Tiene un perrito!

Al gato no le hizo ninguna gracia descubrir que atada al enorme barco flotaba una balsa con un bichón blanco que ya olfateaba el aire en dirección al submarino.

Esta historia es una continuación de Stream, cuento breve inspirado en una ilustración de Pablozeta para su proyecto “Metamárfora” (metáforas sobre el mar) que puedes conocer en su cuenta de instagram y página de facebook.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.