Entré en el bar con mi nube de palabras encima, llovían sin parar. Nadie notó mi presencia, aunque debo confesar que yo andaba absorta en mi mundo, por lo que tampoco percibí más que mi fenómeno meteorológico. Las palabras rebotaban en mi cabeza, lo que habría dado por un parapalabras cargado de silencios. Supongo, que para el resto debía ser algo muy común o a lo mejor me había vuelto invisible, cierto es que no habría sido la primera vez. Abrí el libro nuevo que había comprado en la librería de la esquina, olía tan bien que no pude contener la sonrisa y entonces la nube empezó a crecer y a crecer. Yo ya me había ensimismado, había entrado en un estado de coma por sobredosis de poesía del que nadie podía sacarme, ni el mismísimo poeta en cuestión. No podía parar de leer. Sentía que algo me había cautivado, ni siquiera notaba el aguacero que estaba cayendo sobre mí. Devoré el libro como el lobo a caperucita y al terminarlo, lo cerré de golpe, cogí mis cosas y me fui corriendo, llegaba tarde. Pero entonces, tuve que volver al bar, me había dejado la curiosidad, y en cuanto estuve dentro vi una nube como la mía encima de un chico que no paraba de hacer muecas de dolor. Me reí, le miré y ni se fijó, así que me fui poseída por el silencio. Me hubiera gustado compartir mis tormentas con él.
Entró en el bar con una nube de palabras encima, llovían sin parar y a mí me entraron ganas de mojarme. Así que la miré, y ni se fijó. Lancé carteles de neón, signos de exclamación a modo de relámpago y nada, como si oyera llover literalmente. Era extraordinario como las palabras acariciaban sus cabellos y los movían como el viento mueve las hojas dejando ver sus ojos curiosos. Si me hubiera acercado ofreciéndole amablemente mi parapalabras lo hubiera estropeado todo. La verdad me apetecía compartir mis tormentas con ella.
De repente sacó un libro, y se le dibujó una sonrisa en el rostro difícil de describir. Y entonces su nube empezó a crecer y a crecer, empezaron a caer relámpagos de comas, y puntos en forma de gotas, se avecinaba una tormenta de palabras y yo no quería estar a salvo de ninguna de las maneras. Así que me puse en modo suicida, me adentré entre las palabras y las saboreé, como quien come un helado de chocolate en verano. Imprudentemente seguí avanzando hacia ese pequeño ser. Ella no se percataba de nada, mientras yo bailaba debajo de sus nubes dejando que los vocablos calaran hondo en mis huesos. De repente la tormenta cesó, y ella huyó corriendo como si perdiera el tren. Noté como incidían sobre mi cabeza entes desconocidos. Miré hacia arriba y tenía una gran nube encima amenazándome. Ese fue el día en el que me robó el silencio