Las últimas palabras de Bruno Alarcón

Summer

«Tenía la piel caliente como las lagartijas. Miré hacia abajo, agarrándome a la roca con los dedos de los pies, como si todo mi cuerpo me avisara de que saltar a ese agua fría era una estupidez. Con lo cómodo que se estaba arriba, moteado por la luz entre las ramas, tumbado sobre un lecho rugoso, oliendo a tomillo y a verano.
Pero tomé aire y me dejé caer. El cambio de temperatura me arrancó el sentido de golpe, y durante unos segundos no supe quién era ni dónde estaba. Como si me hubiesen despojado de mi cuerpo y estuviese volviendo a la superficie transformado en una guirnalda de burbujitas.
La bocanada de aire que tomé al salir me dolió como si me estuviese sacando el veneno de los pulmones. Solté una risa atragantada y me puse a flotar de espaldas, medio nadando, medio dejándome llevar. Una vitalidad de nutria me recorría la columna, era como haber nacido para jugar en el agua.
Las risas de los demás formaban un eco que parecía acompañar los reflejos del agua sobre las rocas. Las ramas de los árboles, con su vaivén perezoso, jugaban a hacer sombras sobre nosotros. Como música de fondo, brisa y chicharras.
¿Por qué tenemos que aguantar una vida mediocre cuando existen estos momentos, estos lugares de felicidad pura?
Los días de calor se acaban, y con ellos esos trocitos de libertad que nos permitimos cada año. Vacaciones… una forma suave de decir que el resto del año lo pasamos en esclavitud. Un desahogo momentáneo para poder volver al hastío del día a día, de hacerlo soportable sólo un poquito más.
Yo ya no quiero ser parte de esto.
Quiero un verano que no acabe nunca, poder vivir una y otra vez ese momento de no ser que ocurre al zambullirse en agua fría. Tengo un cuerpo capaz de experimentar tantas sensaciones… y me veo reducido a una jaula.
¿Servirá para algo este encierro? No paro de decirme que es por mi futuro, pero nunca llego a creerme del todo.
Cuando miro a mi alrededor y veo todas esas cabezas gachas, esas miradas ausentes, me invade el horror. Recuerdo cómo nos brillaban los ojos en el río, me imagino lo que podríamos ser. Pero cada vez que le cuento a alguien lo que se me pasa por la cabeza, me llevo la misma respuesta. A nadie le gusta trabajar, pero es lo que hay.
Si a nadie le gusta esto… ¿qué cojones estamos haciendo?».

Encontraron la fotografía sobre la mesa de recepción. Sus cosas seguían allí, todo parecía indicar que se hubiera ausentado para ir al baño, o a tomarse un café. Excepto por aquella foto tomada el verano anterior en algún lugar de la sierra, al sur seguramente. Impresa en tamaño folio, llevaba aquellas palabras escritas en el reverso, indudablemente su letra. No volvió a la oficina. Ni sus compañeros ni su jefe se aventuraron a adivinar qué había sido de él. Todo lo que la policía logró averiguar, a través del testimonio de varias amistades de Bruno, fue que el joven llevaba meses queriendo cambiar de trabajo.
Nadie le volvió a ver, y la policía abandonó el caso tras unos meses. De hecho, ya casi nadie recordaba el incidente cuando se denunció la desaparición de una joven. Si lo hubieran recordado, quizás habrían visto el parecido entre la foto de carnet que su padre entregó a la policía y la chica que flotaba, sonriente, en las aguas tranquilas de la foto de la sierra.

 

 

La ilustración es de Jandro González. Puedes ver más en su perfil de Facebook.

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