Lleva ya más de diez días vagando por el amplio páramo de la sección de exposición de la primera planta, lo que en una vida de niño cuenta como diez años terrestres. En el tiempo que ha transcurrido desde ese fatídico día en el que partió de su casa, de su amado hogar de la calle Ítaca nº 20, se le han caído dos dientes y el flequillo ha irrumpido sus párpados superiores impidiendo una correcta visión. Su espíritu aventurero se encuentra ya desgastado. Lo que en un principio resultó ser un paraíso, la sección IKEA y los niños, ahora se ha convertido en un infierno sin salida. Todo empezó el sábado, debido a la guerra que estalló en el salón entre los ositos y los leones que terminó con cuatro jarrones rotos, una mesa manchada de rojo y unos cuantos cojines apuñalados. Mamá se refirió al destrozo como la Guerra de Troya versión Pixar. Los efectos colaterales de la batalla obligaron a Mamá y a Ulises a partir dirección IKEA para sobreponerse de los estragos de la guerra y de su dolor por los ositos perdidos.
Cuando llegaron a territorio desconocido, Ulises se agenció un vehículo en condiciones para poder surcar todas las secciones sin dificultad alguna y con capacidad suficiente para provisiones. Mamá se encontró a la tía Enriqueta y se paró a charlar sobre la operación de próstata de su marido, pero el carácter obstinado de Ulises lo obligó a seguir el viaje sin su madre, ese fue su gran error y el inicio de una travesía llena de aventuras. Ulises, tras haber recogido todo lo necesario, se embarcó rumbo a Ítaca, de vuelta al hogar, en un principio guiado por las flechas iluminadas por la diosa Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra que le ofrecía protección desde sus hazañas en la guerra del salón. Pero la suerte le tenía preparado otro destino, su vejiga del tamaño de una nuez lo arrojó a los límites de la sección de baño. Ató su nave, y sus líquidos vesicales lo empujaron a miccionar en el TYNGEN de la exposición. Aliviado, se subió la bragueta con convicción y al levantar la vista se encontró con un gigante desmesurado, malhablado y con un único ojo. En su camiseta se encontraba indicado su nombre, el vil Pol Ifemo, encargado. Siguiendo sus instintos primarios, Ulises decidió darse a la fuga, pero Mamá se había empeñado ese mismo día en que usase los zapatos de niños mayores con cordones y la falta de práctica hizo que tropezara en su escapada. Pol Ifemo lo agarró de la camiseta y chapurreando en un idioma desconocido lo encerró en un mueble de baño dejando un carrito al lado lleno de material textil de lavabo. Ulises pensó que su final había llegado, que las parcas estaban a punto de usar sus tijeras, pero de repente la puerta del mueble se abrió de par en par. Pol Ifemo con un porte simplón, cogió del brazo al niño, pero Ulises usó su encanto y poniéndole ojos de cordero, aprovechó para cegarle usando su espada de juguete. Se montó en el vehículo para buscar cobijo en otra sección. Muchas fueron las secciones en las que Ulises se detuvo, pero ahora se encontraba en la sección de niños rodeado de peluches de sirenas y ratas rezando a la diosa Atenea. Estaba harto de falsos conocidos, de carteles sin sentido, de colchones que prometían dulces sueños y de flechas lumínicas laberínticas. Allí tumbado sobre el frío cemento, sin esperanza alguna, pensaba en su odisea. Cuando de repente le pareció escuchar como una voz familiar gritaba su nombre desde la ultratumba y como si de un brazo mecánico se tratara, su cuerpo salió a la superficie. Abrió los ojos y vio a Mamá un poco más vieja, pero con la misma cara de enfado de siempre, Ítaca estaba más cerca que nunca.
Relato e ilustración de Riastone