«(…)Se abrió un mundo de posibilidades que nunca nos habíamos planteado. El intercambio de esencia permitía, no solo percibir el mundo desde otro punto de vista, sino incluso sentirlo. Los humanistas lo sintieron como una cura para el racismo o sexismo…aunque el corporativismo engulló los usos que ellos mismos tildaban de «útiles» desvirtuando en gran medida la herramienta.»
Doe, John. (2023) Entiendo lo ajeno. Vancouver. Fondo municipal de la metaesencia.
La primera extracción de esencia siempre es bastante chocante. Sorprende el minimalismo de la estancia y del equipo médico, pero es lo suficientemente pulcra como para hacerte sentir fuera de lugar. Los empleados caminan acompasados, bailando por los impolutos y blancos suelos, como si se deslizaran.
Parecía que el intercambio de esencias iba a ser una moda pasajera pero encontró un hueco en cada nicho de mercado. No sé si sabéis que cada avance de la humanidad, a nivel tecnológico, primero se suele probar en un terreno militar; con esto no fue diferente. Lo sorprendente fue que su inventor…o descubridor como él se solía etiquetar, era un pacifista hippie que solo quería incrementar la empatía social. Una montaña de billetes hicieron hasta que se cortara el pelo y cogiera el gusto por el bistec más caro de la ciudad. Donde la sociedad vio alguna especie de tontería New Age, otros vieron simple potencial.
Extraer a una persona de su cuerpo, como si de un vehículo se tratara, e introducir la esencia de otra persona, eso era el intercambio de esencias. Aunque en el cuerpo siempre quedaban restos de vicios y manías, como el hueco en un sofá acostumbrado a ciertas posaderas y esto rozaba a la esencia de la persona invasora. Cuando volvían a su contenedor original quizá habían arrastrado ciertas alergias o el gusto por el chocolate con menta o una nueva sexualidad; los efectos nunca eran controlables y mucho menos previsibles. La única certeza que se tenía era que salías de la persona ajena conociéndola al milímetro, comprendiendo cada una de sus opiniones, incluso podría decir que acababas amándola. No era empatía sino mero instinto de supervivencia y autoconservación. Al cuerpo le interesaba que su nuevo inquilino entendiera el camino andado.
Sus aplicaciones comenzaron a surgir casi al momento. En el campo de la medicina ya no era necesario explicar tus síntomas con palabras vagas, el médico podía sentir y localizar cada dolor y aplicar sus conocimientos. Los cuerpos sustitutos, aunque penados por ley, era un mercado al alza. Viejos ricachones podían comprar un cuerpo joven por ingentes cantidades de dinero… y los menos adinerados podían acudir al mercado de alquiler. La prostitución se transformó en algo más emocional, más íntimo. Las parejas intercambiaban su esencia para completar una unión total donde no había resquicio para secretos u opiniones. La Iglesia se alzó con el poder moral al tener la prueba empírica de la existencia del alma humana. Pero todo esto solo era la cara más pública, quizá llena de vergüenza y oscurantismo, pero en el desarrollo en otros campos… A efectos prácticos, la humanidad había perdido su sentido del individuo.
La aguja traspasa la pequeña resistencia que ofrece el tímpano y penetra hasta situarse en el lóbulo temporal. En la nuca, otra aguja mucho menos amable, llega hasta mi cerebro de reptil y una descarga inversa deja mi cuerpo ausente, ajeno a mí. Será debidamente embalado y enviado al frente, donde una persona mucho más capaz lo pondrá a punto físicamente y se enfrentará al peligro sin miedo a no poder volver a casa. Los soldados temerarios siempre son más efectivos. Mi esencia ya no les valía para nada, así que sería debidamente despachado por las cloacas.
Nunca creí que el ser humano tuviera alma y sigo pensando lo mismo. En el bosque donde habitamos las esencias desechadas, tallamos piedras con la formas de los búhos que nos cazan por la noche, nunca aprenderemos a no adorar a nuestros depredadores. Vivimos ajenos a todo y a todos mientras nos contentamos con seguir arrastrando nuestras miserias…mientras los temerarios soldados dejan cercenar un cuerpo que no es suyo pero al que han llegado a amar.
El arte es de Gabriel Barbabianca, podéis ver más trabajos en su Instagram, Facebook, ArtStation y Devianart