Fuego

the fenix has gone forever

—Eres fuego —le susurró al amanecer.
Sus labios rozaban la mejilla de Akane, y las yemas de sus dedos recorrían su cuello, la línea de su clavícula, trazando después un camino hacia su vientre. Ella abrió los ojos y sonrió. Estaba preciosa bajo aquella luz rosada, con el pelo alborotado y unos mechones rebeldes adornándole la frente. Helena tomó uno entre sus dedos y contempló los destellos rojizos, evitando aquella mirada de iris verde que la dejaba sin palabras.
—Gracias —susurró Akane con tono juguetón, acercándose a ella.
Posó un beso suave, apenas perceptible sobre el hombro de Helena. Ella se estremeció, lo que hizo que Akane soltase una risita. Estaba encantada con el efecto que tenía.
Helena le acarició la cara suavemente, apartándole el pelo de la frente, y se encontró de lleno con sus ojos. Esta vez no apartó la mirada y se permitió deleitarse con su expresión tierna, algo nerviosa aún, con un toque de picardía. Akane sostuvo su mirada con una sonrisa traviesa. Helena suspiró, incapaz de aguantar un segundo más sin besarla, la rodeó con ambos brazos y la atrajo hacia sí. Sus labios eran suaves y carnosos, tan agradables… Helena empezó a notar el familiar calor en el vientre, un calor que parecía emanar de Akane e invadir todo su cuerpo, esparciéndose como una ola sobre la arena.
Era fuego, y lo era en muchos sentidos. Irradiaba una luz sensual y danzante a la que era difícil resistirse, y su cercanía arropaba con mimo en algunas ocasiones y envolvía arrebatadoramente en otras. A veces también dolía, de esa forma aguda e intensa que a la vez no deja de ser placentera, como cera caliente sobre la piel desnuda.
Helena no podía menos que abandonarse a aquello. Su presencia la atrapaba como un remolino de ascuas, y perdió la noción del tiempo, olvidó donde estaba, olvidó todo lo que no fueran aquellas manos dibujando espirales ardientes sobre su espalda.
Yacieron juntas en la cama entre risas, susurros y besos hasta bien entrado el día. No apresuraron nada, ambas querían saborear aquel momento efímero. Qué más daba la despedida que había al otro lado si el camino era tan delicioso.
Cuando finalmente se marchó, todo quedó un poco más oscuro. Dejó su huella resplandeciente titilando en las retinas de Helena, un recuerdo cálido sobre su piel, y su aroma inconfundible flotando en el aire. Nunca se llegaba a ir del todo.
Helena se apoyó contra el alféizar de su ventana y esperó hasta que la vio salir, girarse para dedicarle un último beso y desaparecer a la vuelta de la esquina. Volaría libre, como estaba en su naturaleza hacer, y quizás volviera, quizás no. Disfrutarla para luego echarla de menos era parte del juego.
A veces, en aquellos momentos de despedida, Helena pensaba en lo que ocurriría si no la volvía a ver. Pero hacía tiempo que ya no tenía miedo. Tras vivir intensamente cada paso del camino, no había nada que pudiese borrarlo. Los recuerdos perdurarían con la misma intensidad que todo lo que tenía que ver con ella, serían como pájaros de fuego sobrevolando su memoria. Y siempre hay un nuevo sendero esperando donde acaba el anterior. Cada final es a la vez un renacer.

Arte de: Trollera.

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