Si tu padre te dice que debes portarte bien, lo haces ¿no? Sobre todo si se ha dedicado toda tu breve existencia, a minarte con miedos. No levantes la voz, no llores, no grites y quiere a papá tanto como él te quiere a ti.
Espiga entraba a casa después de salir del colegio. Siempre llegaba puntual y no se retrasaba en sacar una cerveza de la nevera para llevársela a su padre, el niño aún lleva la mochila y el abrigo puesto cuando se la alcanza. Su padre dedicaba la mayor parte del tiempo a leer, prácticamente no tenían muebles, así que toda la casa estaba llena de pequeños fuertes de libros. Alguna vez se habían dejado una ventana abierta y se había colado alguna brisa despistada, Espiga recordaba como los libros se desmoronaban…con la luz atravesando las páginas amarilleadas y el sonido seco del choque de las tapas duras contra el suelo…y el revolotear de las páginas de algunos libros desplumados.
Su padre era afable, tranquilo…cuando hablaba gesticulaba con toda la cara haciendo que se le marcaran todos los surcos de expresión y parecía que, hacía tiempo, había sido alguien extremadamente refinado aunque, con la falta de práctica, se había diluido. Solamente tenía los libros y a Espiga, pero no parecía preocupado. Espiga no aprendió qué o quién era mamá hasta que vio a otros niños agarrados a las perneras de los pantalones de mujeres extrañas, pero papá no parecía necesitar una.
Por la noche, Espiga y su padre se acuartelaban en una suerte de sofá-cama y el niño siempre escuchaba a su padre llorar entrecortadamente antes de caer rendido, él nunca entendió el motivo pero tampoco lo preocupaba.
Existe una tendencia popular a creer que los monstruos tienen dientes afilados, cejas pobladas, dedos largos…finos…finísimos. Pero en realidad los monstruos no existen, existen personas mal construidas…o penosamente reconstruidas. Existen personas con cicatrices que no se ven o heridas aún abiertas. Aunque, todo esto no lo sabía Espiga.
Lo primero que sintió el niño fue como su padre apretaba su cuerpo contra su espalda menuda, él se retiró para poder acomodarse…pero su padre lo volvió a intentar. La siguiente vez que Espiga intentó batirse en retirada, su padre, con la mano transformada en la garra de una bestia, le estiró del pelo hacía sí. El niño cayó al suelo en su desesperada huida pero sus costillas se vieron embestidas por una pierna adulta en velocidad crítica. Las garras del animal manosearon los recovecos de su pequeño cuerpo, buscando, encontrando, anhelando y quizá…lamentando.
Espiga consiguió levantarse mientras aguantaba sus costillas para que no se le cayeran. Miraba a su padre con la duda inocente, la incomprensión y el miedo. Si tu padre te dice que debes portarte bien, lo haces ¿no? No levantes la voz, no llores, no grites y quiere a papá tanto como él te quiere a ti. Ensombrecido, su padre abandonó el belicoso nido, la suerte de sofá-cama…y golpeo a Espiga en la cara. Cuando Espiga volvió a mirar a su padre, aguantándose la cara para que tampoco se le cayera con la otra mano, vio a su padre desmoronarse…como una pila de libros que decide ceder a las inclemencias de una pequeña e inocente brisa.
Lo miró, lo oyó, pero no lo comprendió. Su padre volvió al sofá-cama y, pasados unos instantes, Espiga dejó de intentar comprenderlo y también volvió a la cama. Nunca había llegado tan lejos, ¿quería decir eso que aún podría llegar más allá?, pero Espiga ya no pensaba en eso…si tu padre te dice que debes portarte bien, lo haces ¿no?
Arte de: Carmura Lenteja
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