Los focos se encienden uno por uno. El telón ya está abierto y un patio de butacas, con más polvo que madera, espera expectante y vacío. En el escenario hay: dos sillas, una mesa, dos vasos de agua, cinco agujeros, un roedor jubilado llamado Firmín y ciento treinta y siete astillas. Cada cual entra por una parte del escenario, uno de los seres con pedantería, vaporoso y con la barbilla en alto; el otro ser con aire despistado, desconfiado, adelanta un pie un milímetro y el otro le sigue hasta la misma altura. No podéis saber quién es quién porque, repito, el maldito patio de butacas estaba vacío.
Se sientan, respiran, uno da unos golpecitos en la mesa, Firmín ya se va a dormir, otro se toca el sombrero, aquel sonríe pero casi sin hacerlo y entonces empiezan.
— Eres un gilipollas.
—Si tú supieras bien…
—No, a ver, es que no te das cuenta de lo que haces.
—Joder, me limito a existir. ¿Qué tal quedaría una frase como “es muy difícil ser yo”?
—Pedante.
— ¿Y qué me dices de ti?
— De mí poco puedo decirte. Soy chiquitina, tengo ojos color agua turbia, tengo miedo, te tengo miedo, sé ser siendo, no tengo nada más.
—Y tienes unas pedazo de tet…
—A veces eres tan evidente… la chulería acabará contigo.
— ¿Sabes que tú tampoco te das cuenta de lo que haces?
— Sí que me doy cuenta.
— No te das cuenta de todo lo que dueles, entre la tercera y cuarta costilla.
— ¿Por qué?
—A veces no estás y a veces estás sin estar.
—Rey Hielo…
—No ve vengas con ternuras ni terneras.
— ¿Sabes qué lo intento?
—Sí, pero sabes que siempre te pediré más. Y cuando me lo des, habrá más.
— ¿Te enfadas conmigo?
—Sí.
— ¿Me odias?
—Nunca.
— Supongo que te habré herido alguna vez.
— Si, pero he aprendido a Amar la herida.
— ¿Me sacas una foto?
— ¡Eh! soy un escritorzuelo del tres al cuarto, no puedo integrar en una escena cada detalle y menos pensar en incluir una cámara de fotos.
—Bueno, pues imagíname. Con eso será suficiente.
Y así la imagino, mirándole en blanco y negro, con una expresión de cariño y sin mirarle a los ojos.
Y aquí se acaba la escena realista inventada. No hubieron aplausos porque, y es la última vez, el patio de butacas estaba vacío. Ella cogió el vaso de agua y se lo echó a la cara. Él, como se había bebido el agua, lo estrelló contra el suelo. Ella dio un paso hacia él, pero de eso milimétricos, él dio una zancada hacía ella haciendo que crujieran las esquirlas del vaso y despertando a Firmín. Se abrazaron con enfado, se odiaron con cariño. Y entonces calló el telón.
Arte de: María Simó
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