La amante de Poseidon

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Si algo cambia a una persona es irse a vivir a otro sitio. Aunque esa misma persona no se da cuenta, porque su cambio es paulatino y uno lleva consigo mismo casi toda su vida, sí que se nota para los que se quedan en el origen o cuando vuelves por polvorones en Navidad.

Todo empieza con una mudanza, con cajas cerradas herméticamente y al vacío, llevando lo imprescindible para la profesión y un poco más por pura coquetería, viaje en “magnotren” hasta el centro y de ahí al ascensor espacial. Cuando uno llega al puerto orbital se vuelve sofista y relativista: pierdes el arriba y el abajo y ya no digamos el centro.

Traje ajustado, inoculación de rigor y a dormir. Cuando despierta  es consciente de la decisión que ha tomado, pero ya es tarde, los billetes son caros y no están los yenes para tirarlos. Antes de tomar tierra pasan por la charla de rigor, los protocolos, introducción a la fauna, flora y geografía.  Le dan un “Essential kit” donde viene el traje de supervivencia, la gelatina anticongelante y la prensa del día.

La bajada a tierra es agresiva pero termina siendo algo pacífico. El desierto congelado se extiende ante los monitores para pasajeros, sin la gelatina anticongelante es muy jodido sobrevivir a los -218 grados centígrados. Se posan en la superficie, sobre una placa metálica, que los desciende unos cuantos kilómetros bajo el hielo, cerca del núcleo donde se consigue robar algo de calor la núcleo.

Trixie ha llegado a la ciudad. En realidad es un puto iglú gigante donde una readaptación del viejo Oeste se extiende hasta cualquier rincón helado. Los primeros en recibirlos son vendedores ambulantes cargados con relojes que marcan ocho horas. Es el tiempo útil en ese maldito iceberg girante: ocho horas para existir y otras ocho para dormir; dieciséis horas, seis minutos y seis segundos exactamente es lo que tarda su nuevo hogar en dar una vuelta sobre sí mismo.

Se instala sin deshacer las maletas, solo se detiene para cubrir su traje de supervivencia con algo más vistoso y sale a la calle. Recorre la vía central un par de veces y lo primero de lo que se da cuenta es que no hay ni una maldita Iglesia, supone que con lo que dura un día allí es complicado saber cuándo es domingo. Pero lo que si que nota es que hay tanatorios cada cinco calles.

Nota como las miradas ajenas la estudian, se recrean y la memorizan. Es normal, es la primera del gremio en aparecer por allí. Un periodista la detiene emocionado para hacerle una instantánea, en ese momento una pequeña porción de hielo se descongela (si algo hacemos bien los humanos es provocar el efecto invernadero, incluso dentro de un puto cubito de hielo). El periodista le comenta que están todos muy emocionados en la ciudad por su llegada, que una ciudad se considera como tal cuando tienes una taberna, una cárcel y personas de su gremio. La gota descongelada empieza a caer mientras se vuelve a congelar, pero esta vez y por efecto de la velocidad, lo hace en forma de lanza. Justo cuando el periodista hace la foto y Trixie posa, la lanza helada quiebra su casco de seguridad que guarda el líquido anticongelante, ahora entendéis que hubiera tantos tanatorios ¿verdad?

Tras retirar el cuerpo congelado de la pobre muchacha, salió en prensa lo ocurrido junto con la foto del momento. Todos lamentaron esa pérdida e incluso se la convirtió en santa por sus nobles intenciones incumplidas. La foto se convirtió en una estampa y brotó la religión a su alrededor. Cuando uno no puede liberar la tensión extramarital, se transforma en venenosa adoración.

Y así fue la breve historia de la beatificada Trixie, la primera y única prostituta en Neptuno.

 

Arte de : Vega Lozano Martín

Puedes ver más en : http://www.veganya.com o también en http://veganya.deviantart.com/gallery/

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