Todo empezó cuando le preguntaron cuál era su color favorito. Ella dijo que el azul, con total convicción y sin asomo de duda, lo dijo en mayúscula: AZUL. Todos en la mesa se rieron y dijeron que no podía ser el azul, que era un color de chico, que debería elegir el rosa o al menos el ambiguo verde. Ella se cruzó de brazos a la altura de su barbilla y bajó las cejas de manera amenazante.
La conversación adulta continúo por otros derroteros: que si como habían quedado en el último partido o lo bonitos que eran los nuevos zapatos de la prima Marisa. La niña miró entre el pequeño resquicio que quedaba entre su brazos cruzados y sus cejas agresivas y vio cómo su madre se tocaba el pendiente mientras reía las gracias al tío Antonio, incluso le tocaba el hombro. Su padre solo miraba al vacío mientras cortaba las patatas asadas y se las metía en la boca. La pequeña pudo apreciar una enorme distancia entre sus padres aunque estuvieran sentados el uno al lado del otro. Su madre siempre había sido una mujer muy correcta, tanto que casi rozaba lo protocolario. Su padre, en cambio, era de naturaleza distraída y de pelo espeso y despeinado. Su madre solo interrumpió su risa de dientes vista para reprender a la niña de que se comiera las patatas, que no las había tocado. Ella solo negó con la cabeza mientras se volvería a esconder en la barrera de sus brazos y cejas.
Las mujeres empezaron a levantarse para recoger los platos mientras la tía Teresa sacaba algo de café y pastelitos. La niña tenía vía libre para corretear por la casa mientras los mayores tomaban el café y el orujo y el jerez y quizá el cubata reglamentario. Anduvo por los oscuros pasillos de la casa de su tía y abrió la puerta de una habitación cualquiera, y algo le golpeó en los ojos. La habitación más rosa que uno se puede imaginar atacó a su pupila sin consideración. Entró rápidamente antes de cerrar la puerta y sentarse apoyada en ella.
No entendía que había de malo con el color azul. El verde no estaba mal, era el color de la hierba, de los caramelos de melón y de la taza favorita de su padre; pero también lo era de las manzanas ácidas, de las orugas y de las serpientes. Sin embargo el rosa no tenía ningún encanto, se podía salvar por los algodones de azúcar y quizá por la pantera rosa…pero no existía nada en la naturaleza, que ella conociera, de color rosa; ni siquiera las rosas eran rosas. Por otro lado, el azul era el color del mar, del cielo, de los pitufos… no entendía porque no se podía quedar con el azul.
Se levantó para poder comprender aquel misterio de los colores y se paseó por aquel templo al color. Paredes, muebles, fulares, sábanas, marcos de fotos… miró en uno de los marcos una foto de su prima Marisa donde enseñaba el ombligo, con las caderas un poco ladeadas y un mar de pelo liso. Se llevó las manos a su cabeza y encontró el mismo pelo espeso y despeinado que su padre y se encendió la luz.
Su madre la miraba con una reprimenda preparada. Dos zancadas acompañadas con el sonido de su vestido, pausa y se agacha para estar a su altura. Coge la foto que aún sostiene la niña de su prima y su mirada se dulcifica. Le explica que no se preocupe, que algún día será tan guapa como su prima y que seguro que está apunto de pegar el estirón, pero que se tiene que portar bien, que debe saber qué cosas son buenas y cuales son malas si algún día quiere gustar a los chicos. Y en ese momento el color azul comenzó a abandonar los límites de la niña mientras era invadida por el rosa lentamente pero inexorable.
Arte por: Marisa Martinez
Puedes ver más en : www.facebook.com/marisaartist
Me mola pero no entiendo el cambio de tiempos al final…
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Es solo un recurso. Digamos que todo lo anterior lo está recordando y el último es lo que le está ocurriendo.
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