
La ilustración es de Irina Hirondelle
Podéis ver más trabajos en su Instagram, Devianart o Twitter.
La realidad no debe romperse, ni agrietarse ni mucho menos desgarrarse. Son términos desagradables y, además, es bastante descortés destrozar cosas tan indispensables como la realidad. La realidad debe desplazarse o retirarse como una cortina interminable. Debe hacerse por debajo, justo entre la hendidura que queda entre el cielo y la tierra. Se levanta con precaución y sin armar alboroto.
La doblez surgió en la tercera duna, al sureste de la indiferencia. Si esta hubiera prestado atención habría percibido la pasión húmeda y vibrante que emanaba de esa pequeña doblez, pero no fue así. Así que ella pudo mirar con calma. No quedaba nada más que polvo y silencio, ordenado y en paz.
Ella miró aquel erial con desaprobación mientras el sonido de los insectos se colaba por la doblez. No pensaba poner un pie ahí. Se sacudió las manos para desentenderse, pero no podía dejar de mirar. Si alguien la hubiera visto habría visto que su rostro no era simétrico, sus dedos estaban algo doblados, adornaba su cuerpo con trofeos y recuerdos e incluso había partes de ella que ya no le pertenecían. Si su expresión no fuera calmada, podríamos ver los surcos en su piel, los de expresión y los de cicatrices frescas y viejas. En sus pies, tierra; en sus manos, barro. No flotaba ni se deslizaba como ese ser indefinido que es la indiferencia, caminaba, se cansaba, dormía y comía. La pasión no era perfecta.
A veces le gustaba gritar, otras era más de susurrar. Carecía de orden y lógica lo que provocaba una anarquía confusa, desconcierto, un perturbado bullicio y una imperdonable… naturalidad. No entendía la palabra “adamar” porque es algo carente de pasión. Falto de ese frenesí que lleva a alguien a delirios llenos de arrebatos, a arranques de lujuria y al carnal canibalismo cariñoso.
La pasión dejó caer la cortina interminable que separaba las dos realidades. Miró a su selva salvaje y descontrolada y respiró. Ella sabía que no era perfecta, cosa a la que la indiferencia prefiere permanecer… indiferente. Sabía que no era insensible, quizá un poco impasible pero no desdeñaba el amor. Eran formas diferentes de entenderlo. Mientras la indiferencia prefería la perfección de un brillante diamante, ella era más del imperfecto carbón, que da calor y puede dibujar.
Marchó hacía un lugar indeterminado, para crear una nueva realidad que supliría a la desaparecida. No se percató de que en el lugar donde había levantado la realidad se había colado un puñado de polvo sorprendentemente claro y limpio. Tampoco se dio cuenta que, al sacudirse las manos había colado un poco de turba fértil plagada de semillas en el erial.
Los medios oasis florecerían lejos de cualquier mirada. Dos medios oasis que se complementarían entre realidades. Uno lleno de cristal diamantino en plena selva, otro húmedo y nudoso en pleno desierto.
Y justo en medio, el equilibrio.
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