(Leer con voz tenebrosa)
Me encontraba en la cama, había dado muchas vueltas, no podía conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos recordaba aquella escena propia de una película de Cronenberg. El crujir de la muerte, el terror del regreso. Miraba el teléfono muy de cerca intentando averiguar la hora con los ojos entrecerrados esperando con ansiedad el amanecer. No sabía como volver al lugar del crimen, solo rezaba por no tener ninguna urgencia miccional que me obligase a altas horas de la noche pisar el suelo donde se habían esparcido los restos de aquel ser.
Me considerarían cómplice de aquel asesinato sin escrúpulos. Deseaba su muerte tanto como cualquiera de los que nos encontrábamos en esa habitación, pero dentro de mí, había algo que me decía que lo que estaba sucediendo no era ético, que no solamente le superábamos en número, también en tamaño. El miedo y el asco que generaba ese individuo arrastrándose por el suelo me hizo ajena a todo lo ocurrido a continuación. Solo podía gritar y dar saltitos ridículos. Oliver derrumbando el modelo masculino preestablecido hasta el momento, decidió usarme de escudo para evitar que la sangre le salpicara. Los dos teníamos la cara descompuesta mientras Sophie gaseaba, apaleaba y aplastaba con terror y con violencia al ente que se había colado en nuestra casa. No hay nada que pueda justificar ese acto deplorable. El individuo hacía por vivir, se resistía a la Parca y nos miraba con esos ojitos oscuros suplicando clemencia.
Pero su suerte estaba echada, nada podría cambiar su destino.
Sophie con frialdad, me pidió la fregona y la lejía, debíamos seguir con nuestras vidas. Esto no podía marcar un antes y un después en nuestro hogar. Temblorosa, le acerqué los productos de limpieza y todo quedó reluciente. Ni rastro de nuestro secreto. Solamente el recuerdo de ese desafortunado incidente que nos había unido como nunca nada más lo haría. Rezaba por que no hubiese una venganza cociéndose en las profundidades de las tuberías. Miraba a Oliver roncando, despreocupado y no podía dejar de imaginarle acorralado y en peligro como consecuencia de todo lo que habíamos presenciado. ¿Había perdón para nuestros actos? ¿Habría próximas víctimas? ¿Se había iniciado una guerra silenciosa? Solo podía arrepentirme, rezar y maldecir aquella cucaracha malnacida que se había buscado su propia muerte en nuestro baño de piso compartido.
Relato e ilustración de Riastone.