Metodología para estimular la amnesia

martarosell_blinded

La ilustración es de Marta Rosell, a quien podéis seguir en Twitter, Instagram, Facebook, y en su web.

Todo empezó con el deseo irrefrenable de olvidar algo. Ya no sé en qué consistía aquel recuerdo que tanto deseaba silenciar. Quizá fuese una decepción amorosa, un fracaso profesional, o alguna experiencia desalentadora; ya no me acuerdo. Pero, por aquel entonces, esa pesadumbre rugía en mi interior de un modo lacerante. Era algo que conseguía reducir el alcance de mi percepción a unas dimensiones tan minúsculas que me sentía presa de una claustrofobia insoportable. Se había convertido en una presencia subyugante, que secuestraba toda mi atención y mi energía. Necesitaba olvidarlo, pero no sabía cómo hacerlo.

Llegué a convencerme de que era completamente incapaz de escapar a la influencia de mi pasado reciente. Supuse que la solución tenía que pasar por dirigir la mirada únicamente al futuro. Pero, ¿es posible posar nuestra mirada sobre el futuro? En realidad, y hasta donde llega mi intuición, sospecho que no es posible. Todo aquello que mis ojos presencian, así como los de cualquier persona, proviene siempre del pasado. No sabía cómo mirar hacia el futuro, así que pensé que, al menos, lo que podía hacer era cerrar esas ventanas que permanentemente están abiertas al pasado. Quise ocluir mi sentido de la vista con el propósito de concentrar todo el alcance de mi percepción solamente en el porvenir.

Pero he de admitir que no funcionó. Con mi capacidad de visión anulada, la sensibilidad del resto de sentidos se agudizó, aunque no en la dirección que yo pretendía. Todas las sensaciones que percibía resonaban en mi mente con el eco de tiempos pretéritos. Al igual que durante el sueño, el subconsciente solo puede nutrirse de la experiencia vivida. Solo había conseguido enmarañar todavía más el laberinto de mi memoria, ya de por sí complejo e intrincado. Me había encerrado, sin haberlo pretendido, en una jaula con barrotes de nostalgia. Hay quien no vería esto necesariamente como un aspecto negativo. Al fin y al cabo, somos animales fabuladores y es inevitable que nos construyamos una historia. Saber quiénes hemos sido puede ayudarnos a saber dónde estamos. Pero sospecho que mi caso rayaba ya el límite de la patología. Algo dentro de mí se había convertido en un lastre que me mantenía atrapada en un lugar profundo y tenebroso. Necesitaba olvidar. Resolví, pues, que no bastaba únicamente con hacer uso de una venda. Hacía falta algo más.

Fue una situación fortuita la que me sugirió la idea. Durante el desarrollo de una tarea tan cotidiana y anodina como es la de cortar una cebolla, el cuchillo se me resbaló y terminó cayendo sobre uno de mis pies. Durante el fugaz instante en el que eso sucedió, fui consciente de que un desgraciado incidente me estaba sobreviniendo y de que, al mismo tiempo, no podía hacer nada por evitarlo. Mi cuerpo reaccionó instantáneamente, anticipando el dolor antes incluso de que el cuchillo llegase a tocarme. Sin embargo, y para mi sorpresa, no sufrí ningún daño. Tardé unos segundos en asimilarlo. Sucedió que la punta del cuchillo había aterrizado providencialmente entre el dedo gordo y el segundo dedo del pie. Se había quedado clavado en ese estrecho espacio, erguido, como la espada Excálibur incrustada en la piedra. También me di cuenta de que toda mi atención se había focalizado de forma muy intensa en ese efímero lapso de tiempo, en aquel cuchillo y su implacable descenso, como resultado de lo cual pude abstraerme de cualquier otro proceso mental. Por un momento no hubo ruido en mi cabeza. Tan solo una paz extraña y poderosa. Fue entonces cuando tomé la decisión que me ha llevado adonde ahora me encuentro. Decisión que si alguien hubiese calificado de extravagante, desesperada o temeraria, lo cierto es que no se lo habría podido refutar.

La cuestión es que me ofrecí a trabajar como asistente de un lanzador de cuchillos. Me presenté en un circo y me aceptaron sin mucha deliberación. No es un trabajo que esté muy solicitado. Debía colocarme ante las tablas y permanecer impasible, sin mover un solo músculo de mi cuerpo, mientras me llovían los afilados metales. Al principio me obligaban a hacerlo con una venda en los ojos. Decían que era por mi bien, para evitar que me pudiese asustar, hacer un movimiento reflejo, e interponerme involuntariamente en la trayectoria de algún cuchillo.

Pero yo no había llegado hasta allí para volver a estar tras una venda, así que trataba continuamente de aflojarla, mediante ridículas y exageradas muecas faciales, para conseguir vislumbrar algo por debajo de la tela. Sentía los impactos a centímetros de mí, y la consecuente y breve vibración que se transmitía de las tablas a mi espalda. Pero deseaba ver también cómo volaban hacia mí esas centelleantes hojas. Así que no pasó mucho tiempo hasta que empezamos a hacerlo sin la venda. Y puedo asegurar que ya no he vuelto a recordar qué era aquello que un día quise olvidar.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.