El pastor de tortugas

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La curiosa forma de la roca semienterrada en la playa llevaba mucho tiempo pasando desapercibida. Los líquenes y las conchas habían cubiertos las hendiduras hechas por las manos expertas del pasado y la erosión de la arena, la sal, el agua y el viento.

 

El pastor de tortugas descansaba en la arena de la playa, aguardando ese momento previo al amanecer. Antes de que despuntara el sol, preparó los arreos de Presto, la tortuga de tierra que siempre lo acompañaba. Juntos subieron a una duna y aguardaron.

 

Poco a poco, entre la arena húmeda y seca, comenzaron a aparecer los valientes Guerreros de Nácar, dispuestos a enfrentarse a sus primeros pasos y peligros. Presto contempló cada logro y cada muerte con estoicismo de tortuga, mientras el pastor simplemente apuntaba los números en una libreta gastada. El nacimiento de las huérfanas tortugas de mar había ido como se esperaba, tendrían que darse prisa en llegar a su próximo destino.

 

Retomaron el camino natural que les acercaba al destino más cercano. Pasando por el pantano, se tropezaron con el pastor de ranas y el serio Verrugoso. Intercambiaron algunas palabras y algunos comentarios con respecto a sus notas, aunque la libélula y su pastor les interrumpieron haciendo un vuelo rasante. Eso les recordó todo el trabajo que tenían pendiente y se despidieron de manera algo torpe; ya se reencontrarían en el próximo ciclo.

 

Hicieron un alto para dar buena cuenta de unas lechugas frescas y continuaron hasta la siguiente ensenada, cabo, golfo, lengua de tierra o lo que fuera que tocara en esa ocasión. Demasiados nacimientos que controlar. Pero, curiosamente, su próximo destino fue una recatada bahía, ensombrecida por unas silenciosas montañas con una roca semienterrada con una forma curiosa. En esa ocasión no hubo tortugas de las que tomar nota, sino lo que parecía una reunión de pastores a las que habían sido invitados de manera silenciosa.

 

Todos aguardaban junto a la roca y, cuando Presto y el pastor se acercaban, la tierra comenzó a crujir. La piedra abrió unos ojos etéreos y despegó unas manos entumecidas.

“El equilibrio se ha logrado, los pastores debéis volver a ocupar bolsillos y bisagras, pues ahora empieza la edad de los humanos ciegos y egoístas. El equilibrio se ha logrado y se volverá a romper y seréis llamados para volver a conseguirlo. Ahora, pastores, callad y marchad, pues vuestro trabajo ya ha concluido.”

 

Con el eco de la voz de voces aún en el aire del mar, se hizo el silencio. Cada animal aguardaba con sus ojos puestos aún en la figura surgida de la roca y no se percataron de que sus pastores comenzaron a menguar. De personas envejecidas, curtidas, canosas, encorvadas… comenzaron a pasar por la adolescencia, luego por la niñez y luego por…nada. Fue tan rápida su despedida que los animales no notaron su ausencia hasta la noche, cuando repararon que habían perdido la voz y la consciencia. Cuando se convirtieron en guardianes del frágil equilibrio que debería volver a ser instaurado. Escuchad las bisagras y palpad los bolsillos, pues ahí habitan los pastores de la armonía, que nos miran con desaprobación.

 


La ilustración es de Nacho Pesquera

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