No sabes muy bien cómo te conviertes en adulto, pero acaba ocurriendo, más tarde o más temprano a todos nos pasa. No tenemos nada como una crisálida o un cambio de color, simplemente se nos alargan los rasgos mientras se encogen cosas por dentro. Me pregunto si esto nunca frena y acabas convirtiéndote en una línea vertical con todo empequeñecido por dentro.
Primero crece un sentimiento de culpabilidad maquillado de apatía. Piensas que no has tomado algunas decisiones de manera acertada, respiran los fantasmas de tu pasado en tu nuca desprevenida y el ceño se desmorona apilando los cascotes sobre tus ojos agrisados. Luego eres difuminado dentro de la tolvanera civilizada y te desdibujas, sabiendo que eres el peor espécimen que puede existir: alguien mediocre.
Arrastras tu sombra cargada de intenciones malogradas y pesa tanto, por dios, pesa más que lo que cualquiera es capaz de admitir. Sin embargo, tus pies se han acostumbrado al pavimento irregular y van haciendo camino, la alternativa es detenerse y dejar que semillas aleatorias geminen en tu piel y te devoren lentamente hasta morir.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, que la ignorancia da la felicidad y que la inocencia nunca permanece incorrupta. La idealizada infancia habita un libro con las puntas arrugadas, desgastado por las veces que lo miramos…humedeciendo un dedo para pasar las páginas y haciendo ese ruido seco y prolongado.
Y sobre todo, sueñas. Sueñas y deseas. Sueñas y alientas. Sueños desiderativos de pasión. Recuerdas en sueños o sueñas recuerdos donde aún sigues siendo una niña pertrechada con tus botas del color de las hortalizas crudas más odiadas. Donde tu abrigo amarillo gualdo, te abriga las pestañas pero olvida tu nariz. No tienes otro cometido que triscar, botar, brincar… temes enraizar en el suelo, aunque lo haces de manera inconsciente.
Aunque, el sueño, se empacha de una repentina y vertiginosa verticalidad que se apodera de tus rasgos. El mundo se esconde en pliegues, te asfixia. Los mares ahora están arriba, llueven algas y diminutos caparazones, luego viene la sal y la espuma y al final la demorada agua te encuentra en tu estúpida verticalidad incipiente.
Pensaste que caminabas sobre el mundo hasta que el mundo caminó sobre ti, hasta que te dio la vuelta y dejaste de entender nada. Sumergida en lo que antes era cielo, ves como los organismos unicelulares instauran una estructura dictatorial y se organizan en organismos más complejos, hasta que se convierte en una responsabilidad compleja (lat. complexus officiorum) y pese a ver como pretende devorarte, cierras los ojos osadamente.
Al final resultó ser más un sueño que un recuerdo, y despiertas sosegadamente y te das cuenta de que algo ha cambiado. Los escombros de tu ceño están en plena reconstrucción y tus ojos agrisados han ganado el color de las verduras crudas más odiadas con un poco de amarillo gualdo.
Pese a saber que la verticalidad no frenará, al igual que el encogimiento interior. Aunque sabes que no hay cura para la adultez, sabes que eres alguien único, irrepetible, que las fuerzas residen en las manos y el corazón y que puedes con todo, solo necesitas confiar y cerrar los ojos de manera osada ante aquello que nos intenta devorar.
Arte de: Nuria Tamarit
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De lo que me he leído tuyo, es mi favorito. He conectado mucho con esa sensación de crecer que describes, y me gusta el tono positivo con el que acaba. La sensación global me encanta, aunque a ratos es un pelín deprimente, pero tiene muchísima fuerza. Lo que más me ha gustado es la frase «Pensaste que caminabas sobre el mundo hasta que el mundo caminó sobre ti, hasta que te dio la vuelta y dejaste de entender nada», junto con todo el resto del párrafo. Y la música le va al dedillo. ¡Gracias por compartirlo!
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