En México lo llaman “toquecitos” y consiste en una descarga eléctrica. Tú coges de un lado y otro de la batería que te tienden, y puedes sentir una corriente agradable o morir chamuscado por dentro. André ha decidido que no les gusta el olor a pelo quemado y ha buscado otro modo de acercar a sus clientes a la oscuridad.

Le costó encontrar unas botellas acordes al contenido. Quería que se viera el contenido, que quedara desnuda la transparencia del peligro, pero al mismo tiempo buscaba algo que diferenciara el suicidio del whisky corriente. Ahora, cuatro peceras redondas brillan detrás de la barra, rellenas con líquidos que llevan a la locura, al olvido, a la muerte y al amor, respectivamente. Hoy comienza su iniciativa de servir finales de drama en vasos chatos con dos hielos y ya hay tres tipos en la puerta esperando a que levante la persiana del todo.

André no se sorprende cuando el primero pide arsénico sin ninguna expresión en el rostro. Se lo sirve y le cobra. Está feo poner la mano antes de que el cliente haya probado siquiera su bebida, pero dada la conclusión que se le presupone es normal que se ruegue el pago anticipado. Apenas sabe si cae lento o rápido, si han pasado horas o sólo un par de segundos desde el último trago hasta el golpe aparatoso del cuerpo sin vida. El segundo sujeto, que había tomado asiento al lado del fiambre, no se inmuta. Lee el periódico mientras fuma un cigarrillo. Pide un café, un carajillo y un poco de lo que ha tomado el caballero. Consume despacio, con calma, y se desploma con parsimonia, casi elegante.

El tercer hombre mira a André a los ojos, preguntándose si pretende recoger los cadáveres de todo aquel que acuda a apoyarse en esa barra. Tras pensarlo un poco, le hace un gesto y dice:

– Póngame un poco de Muerte. Un par de gotas, yo sólo quiero verla pasar.

Arte de: Alejandro Ferri (Rock Sith)

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