
Se ha usado la frase «Cuadro steampunk del antiguo Oeste de un buey cyborg tirando de un carro modelo Conestoga» y la podéis consultar AQUÍ
Joe Silverhand había transitado una infinidad de pueblos y asentamientos indígenas a lo largo de cuarenta años de caminos y ventas al por menor. Lo que menos esperaba al llegar al pueblo de Neo Londres, era una bienvenida tan calurosa.
El sol ya abrazaba el horizonte cuando el carromato llegó al pueblo. La tarde alargaba las sombras, aunque el calor aún permanecía en la arena cocida durante largas horas. Las habitantes paseaban sonrientes, con la música bullente saliendo de la cantina, mezclada con las risas de grupos de niños que correteaban entre juegos. Los hombres a caballo se agarraban el sombrero en señal de saludo y los peatones levantaban las manos con entusiasmo. Joe levantó las cejas, con sorpresa, y devolvía los saludos con una cautelosa sonrisa. A lo largo de su vida profesional nunca había ido tan al sur del continente, pero la necesidad le había apretado lo suficiente para exponerse a una zona tan peligrosa. Allí eran habituales los ataques y le sorprendía que la gente mantuviera un ánimo tan efusivo ante la llegada de un extraño. Dejó el carromato junto al establo. Un mecánico, manchado de grasa hasta las orejas, le saludó tan cordialmente como el resto de habitantes de Neo Londres.
—¡Bienvenido amigo! —dijo el mecánico mientras se llevaba las manos en un paño mugroso y le ofrecía la mano.
—Hola… —respondió con cautela Joe mientras agarraba la mano aún sucia del tipo.
—No me suena tu cara. ¿Es la primera vez que vienes?
—Así es, amigo.
—No solemos tener visitas. Te gustará, estoy seguro. —dijo sonriente el mecánico apoyando los puños en las caderas y sonriendo.
—¿Mucho trabajo? —preguntó Joe asomándose al interior del establo. Algunos caballos estaban tumbados o subidos a grúas hidráulicas para poder acceder con comodidad a sus extrañas. Había piezas repartidas sin ningún orden aparente.
—Muchísimo, pero nada fuera de lo común. Desde que se jubiló mi padre, no doy abasto.
—Billy ¿Quién es tu amigo? —dijo una voz profunda a la espalda de Joe.
—Oh, sheriff Cunningham. Este es… perdona amigo, no sé tu nombre —dijo el mecánico ampliando la sonrisa. Joe se dio la vuelta.
—Joe Silverhand, para servirle sheriff —dijo Joe mientras se agarraba el sombrero son su mano metálica. El sheriff se cruzó de brazos y escaneó a Joe con un potente haz de luz roja. Solo los cuerpos de seguridad tenían permitidos los aumentos cibernéticos y este sheriff no era una excepción.
—¿A qué ha venido aquí? —preguntó con seriedad el sheriff.
—Oh, pues he venido a… venga y se lo podré mostrar —dijo Joe poniendo su mejor sonrisa pacífica de vendedor. Subió al pescante del carro y activó el despliegue. Los laterales del carro se abrieron lentamente, dejando a la vista su mercancía: Montones de telas de todas las calidades y colores, herramientas nuevas, conservas apiladas y debidamente etiquetadas, gemas de combustible, comunicadores satelitales, botes de especias, repuestos de drones, libros amarillentos, semillas y un sinfín de pequeñas curiosidades que solían ser lo más caro. Joe señaló con los brazos amplios su mercancía mientras ampliaba su sonrisa.
—Vengo a que me quiten de las manos algunos de estos productos, sheriff. A un precio justo, claro está.
—Debería irse antes de que cayera la noche —dijo el sheriff dándole la espalda mientras el mecánico asentía a algunos pasos de distancia, reforzando las palabras del sheriff.
—Vamos, sheriff, ha sido un camino muy largo hasta aquí. ¿De verdad no les interesa nada de lo que traigo?
—Estamos servidos, gracias. Márchese —dijo el sheriff alejándose.
—Puede que a usted no le interese, sheriff, pero estoy seguro que a alguno de sus vecinos sí que podría…
—¡Márchese! ¡¿Es que no me ha oído?! —dijo el sheriff dándose la vuelta y caminando con furia hacia el carro de nuevo —. Como esté aquí cuando caiga la noche, le sacaré de una patada de aquí. ¿Me ha entendido?
Joe asintió y frunció el ceño. Estaba acostumbrado a un trato totalmente contrario al que había recibido. La gente lo solía recibir con cautela y cambiaban a la felicidad cuando veía sus productos. Pero si algo le habían enseñado tantos años de experiencia era a no rendirse con tanta facilidad. Esperó a que el sheriff se perdiera de vista y le comentó a Billy que iría a refrescarse antes de retomar el camino. Se dirigió a la cantina, en busca de una habitación. Seguro que podría conseguir hacer que aquella gente comiera de su mano después de un insistir un poco más.
Empujó las puertas batientes y, con la mano metálica agarrada a la parte delantera del cinturón, traspasó el umbral de la cantina. Era conveniente algo de soberbia, vendiendo su propio exotismo y confianza. Puede que eso no impresionara a los más mayores, pero los jóvenes querrían escuchar historias de sus viajes, cosa que satisfaría, y esa sería una gran forma de convencer al resto de que tendrían que comprarle algo. La música se detuvo en cuanto Joe se levantó el ala del sombrero con un toque de su mano. Decenas de ojos lo miraron con palpable desprecio. Joe apretó la mandíbula, intentando conservar la fachada de confianza y se dirigió con paso blando y lento a la barra. Dio un par de toques con los nudillos sobre la mesa de madera para llamar la atención de la tabernera.
—Un whisky, por favor. Sin agua. ¿Tienen hielo? —preguntó Joe tanteando posibles necesidades en el pueblo.
—Si se lo toma de un solo trago, le invitaré —dijo la tabernera con tono monocorde.
—Trato hecho.
—Y luego se marchará de aquí.
—Ya he hablado con el sheriff Cunningham. Me ha dicho que aquí podría conseguir una habitación decente para pasar la noche —dijo Joe. Una mentira, aunque tuviera las patas muy cortas, le serviría para ganar algo de tiempo.
—Lo dudo mucho, señor Silverhand —dijo la tabernera sin pestañear.
—Créame, él mismo me ha dicho que… un momento, ¿Cómo sabe mi nombre? —dijo Joe llevándose la mano, de manera inconsciente, a la cartuchera.
—Menudo desliz más tonto, ¿no? —dijo la mujer con un asomo de sonrisa.
El carro de Joe pasó la noche a la intemperie y Billy desmontó el buey a la mañana siguiente. Algunas posesiones de Joe fueron repartidas en el pueblo, aunque la mayoría se enterraron a unos cuantos kilómetros de distancia. Neo Londres siguió su ritmo pausado y su vida pacífica. A Joe Silverhand se le procuró una bonita casa en una de las incipientes calles laterales, con una familia y nuevas aficiones. El nuevo inquilino de Joe siempre había deseado tallar madera y la mano mecánica era una gran herramienta.
Puede que no fueran humanos, pero era la única forma de convivir pacíficamente con los invasores de sus tierras y así lo harían mientras fuera necesario.