el hueco

Existía sin existir, como el silencio o los fines de semana. Descansaba sobre una banqueta de madera a la entrada, día y noche, con esa serenidad absoluta de los seres inertes. Esbelto por arriba y panzudo por abajo, con dos enroscadas asas y finos dibujos azules decorando su superficie blanca. Una capa de polvo lo cubría un poco incómoda, preguntándose qué hacía allí, sobre un elegante jarrón de cerámica en el recibidor de una casa colmada. La respuesta era sencilla, cuanto más polvo había menos jarrón se veía y ese propósito, más que un propósito, era una necesidad.


Pasaban los días y la familia que residía en el lugar danzaba junto al objeto para evitar encontrárselo en un descuido. Dos pasos rápidos o una zancada, ese era el truco. También era popular el giro de hombros que te estrechaba o el gateo por el suelo, más propio de casos desesperados. Hasta que una muchacha rellenita y poco más alta que un violonchelo empezó a acariciar con su mirada perspicaz la silueta curva del problema. Una mañana no más especial que ninguna otra, se presentó muy resuelta en el salón y habló. Ya es suficiente, hay que sacarlo del jarrón, dijo.


El sudor frio sincronizado de las tres personas que escuchaban provocó un temblor suave en un país lejano. Y es que hacía tres meses que el sillón reclinable junto a la ventana había empezado a estar vacío, ya no olía a empanadillas los domingos y nadie hacía chocar agujas de tejer por las tardes. También faltaban el arrastrar cansado de zapatillas por el pasillo, los dientes en un vaso junto al grifo del baño y el crujir de la puerta de la calle a las seis de la mañana. Por eso el padre de la chica se llevó una áspera mano a su frente morena y húmeda, mientras su madre soltaba un tierno suspiro y su hermano se empequeñecía sobre el sofá. La chica esperó.


Finalmente, la madre se puso en pie y sintió su estómago revolverse. Por más que gesticulaba con las manos, sus dedos seguían fríos. Se acercó a la entrada hasta encarar el objeto de cerámica y de él extrajo cuidadosamente un sobre envuelto en pelusa. Al volver al salón y sin llegar a sentarse, leyó el contenido en voz alta:

“Para mi familia, si tienen hueco.”

Relato de rakelmforero.

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