Piedad

La leña alrededor de los postes estaba bastante seca, no  era verde; ese era uno de los pensamientos que cruzaban  por tu cabeza el día que en que se iba a celebrar el Auto  de Fe, os iban a quemar a ti, un guapo zagal de la calle, a  una docena de desgraciados y a tu maestro, el extraño  cura al que habías denunciado bajo tortura. Tenía fama  de alquimista y de hereje; te enredó con su amabilidad  cuando te tomó a su servicio. Nunca te pegaba, comías a  su mesa, te quería enseñar, te hablaba a ti, tan  ignorante..pero sabías, lo habías visto antes, que la leña  cuando verde ardía mal, mataban sus humos, antes que  las llamas, a los condenados. Tu señor caminaba delante,  llevábais ambos un capirote amarillo con el detalle de  vuestros pecados: sodomía, y otros, no entendías cuáles. Me odia, pensaste, sabe que dije su nombre. Fijados con un dogal al poste, frente a frente, una  turbamulta de intuición y reflexiones tuvo un aterrado  minuto para pasar por tu cabeza desde que él te clavó  esa mirada que conocías tan bien –y sonreía- diciendo  “¡Recuerda: Lucrecio, Interrupta semel…” un segundo  antes de que el inquisidor, seguido por dos guardias, le  golpeara con el crucifijo al comprobar su falta de  arrepentimiento, rabioso. 

Dejaron de temblarte las piernas, tan heridas tras días  de tortura, y de faltarte el ánimo, tratando de recordar.  Lucrecio, el poeta al que recitaba y traducía, de un libro  que guardaba bajo llave, para añadir que el alma no  existe, que estamos hechos y el mundo lo está, de cosas  pequeñísimas, mientras enroscabais los cuerpos desnudos junto al hogar y ahogábais los gritos de gozo.  Comprendías que te había perdonado, nadie puede resistir tanto dolor. Casi recordabas ese verso, aquellas  explicaciones. Y lo repetiste al fraile colérico, entendiste  su sabia, última intención, que se lo gritaras cuando se  acercara con el crucifijo. 

-“Pero cómo ¿Un arrapiezo sodomita habla latín?, dijo. “Una vez que se ha interrumpido la conciencia..” te dio  tiempo a decir. La orden de matarte fue inmediata, te  atravesó piadosa y fulminante una espada mientras  “Interrupta semel cum sit repetentia nostra.”, el  hexámetro que había estallado como un rayo conciso en tu cabeza gracias a él, aún retorciéndose y gritando entre  las llamas, no sabemos si pudo oir. Tu armonioso cuerpo  de doncel no sintió nada.  

Relato de Pedro Miguel Lucía, Ilustración de Lazlo Kovacks

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