
El inconfundible barritar próximo de un elefante casi me hace soltar la bandeja con vasos de té que llevaba. Iba a salir al pequeño patio de atrás y encontré a mi anfitrión de pie en la sombra, enfrentando a uno, que había atravesado el portón medio derruyéndolo.
Juntas las manos, ligeramente inclinado, salmodiaba con una voz como de locutor de radio ante la bestia enorme, pintada y llena de adornos, parada a un metro de él. Nunca le había oído tal entonación, ni le creía capaz de tal serenidad. Miraba de reojo, buscándome, y seguía con su canción u oración rítmica:
-“Gracias por visitarnos Ganesha .. por venir a nuestra humilde
casa .. si quieres agua traeré un cubo .. señor Ganesha /.. se ha
escapado de una procesión seguramente.. no tengas miedo ../ te
cantaré el Om Gam Namapateye Namasha mi señor Ganesha las
108 veces que te corresponde /.. dice un proverbio que con un hilo
fino y una voz persuasiva llevarás un elefante donde quieras ../
señor de gran vientre ../ busca una cuerda o algo así en la casa y
me lo das por la ventana ../ Oh Ganesha que remueves todos los
obstáculos .. “
El animal seguía el canto -el discurso- ligeramente rítmico moviendo la cabeza y abanicando suavemente las orejas. Salí de mi estupor y rebusqué por aquella casa austera sin encontrar otra cosa que los cables del ordenador, de los que tiré sin contemplaciones. Asomé la mano temblando por la ventana con uno de ellos y lamirada de la bestia que ya parecía apaciguarse, me siguió un
instante.
-“Ganesha compasivo aún con la espada desnuda .. enseña el
camino de la abundancia» /.. ¿No había otro cable, maldito seas?..
Ya era tarde. El elefante había visto con ojos llenos de un pánico
destructor el otro extremo del cable del ratón.
Relato de Pedro Miguel Lucía, Ilustración de Lazlo Kovacks