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Juniperus Strauss tenía grandes problemas disimulando. Es muy difícil enmascarar la culpa cuando realmente eres culpable. Nada de silbar con las manos en los bolsillos, ni de saludar agarrándose las gafas de aviador. Hay que permanecer en total neutralidad, quizá mirando las fachadas de los edificios o haciendo cálculos matemáticos mentales para mantenerse distraída. Lo importante es no llamar la atención.
Los silbatos de la policía sonaron dos calles más allá. Jun sonrío imaginándose los bigotes de los policías ondeando con cada exhalación potente, aguantándose el sombrero bobby para no perderlo. Ya no merecía la pena disimular. Echó el cuerpo hacia delante, apoyando la planta de los pies con firmeza, y activó los patines ocultos en sus botas. El empuje del combustible ionizado le hizo dar manotazos al aire para intentar mantener el equilibrio mientras lagrimeaba por la velocidad. Tan lista para algunas cosas y tan tonta como para olvidar ponerse las gafas de aviador.
Las calles se sucedían en un emplaste de colores. Jun tenía el suficiente dominio para esquivar a los peatones, aunque parecía en constante equilibrio, siempre a punto de perder el control. ¿Hoy había mercado callejero? Demasiado tarde para esquivarlo. Juniperus consiguió sortear los primeros tenderetes, pero terminó atravesando un delicado puesto de porcelana. Las personas hacían aspavientos para que se detuviera antes de saltar para ponerse a salvo. La tela de una de las tiendas la frenó durante unos eternos segundos antes de desgarrarse con un sonido satisfactorio. ¿En serio había que hacer el mercado en desniveles? Jun flexionó las rodillas para poder salvar las alturas. Desde lejos se pudo ver una nube de especias, seguida de un descalabro de engranajes y aceites y continuado del caos sonoro del menaje y autómatas para el hogar. Frenó cruzando los patines a la vez que apagaba los motores ionizados. Que silencio.
Jun estaba pringada hasta las cejas. Mientras algunas personas se recomponían y otras iban en su dirección con la cara roja de ira, pudo pasarse los dedos por los ojos para deshacerse de la mugre y colocarse las gafas como debería haber hecho desde un inicio. Volvió a acelerar antes de que nadie la alcanzara, dejando atrás el mercadillo. Fue a dar a una ancha avenida, las sirenas de la policía le empezaban a comer terreno. Serpenteó entre los coches a vapor y terminó por meterse en dirección contraria, sus reflejos le permitieron subirse encima del coche que la quería embestir, arañando toda la carrocería. Podía escuchar a la policía cada vez más cerca. Disparó uno de sus garfios extensibles, incrustándolo contra un buzón, para poder tomar una curva cerrada. Pudo deshacerse del garfio antes de que el tirón le descoyuntara el hombro. Lástima que hubiera girado a un callejón sin salida. Cortó el combustible y desplegó las planeadoras para intentar frenar con el aire, pero terminó chocando contra la pared.
Juniperus se levantó dolorida. Al final se había descoyuntado el hombro igualmente. Se notaba los cortes y contusiones ardiendo y se centró en eso mientras se colocaba el hombro. Nada como centrarse en un dolor para disimular el otro, pero ya se había señalado que no era muy buena disimulando. El grito de dolor hizo eco en la calle mientras la policía le cortaba el paso y los autocópteros ocupaban el espacio aéreo. Jun odiaba esos malditos cacharros, con esas alas batiendo como si fuera una gigantesca libélula y sus pilotos tan resabidos. Esperaba que se lo pusieran en su cuenta. Total, no pensaba pagarla nunca.
Juniperus lanzó otro de los garfios extensibles hacia uno de los autocópteros, comenzó a recoger el cable en cuanto se afianzó contra el morro del vehículo volador. La policía tardó unos valiosos segundos de confusión en empezar a disparar. Jun sonreía mientras se acercaba al piloto visiblemente agobiado. En el momento preciso, activó el combustible ionizado para ganar mayor impulso mientras soltaba el garfio del disparador. La física hizo que el autocóptero perdiera estabilidad mientras Jun salía despedida hacia el cielo. Pudo notar como la gravedad la reclamaba poco a poco mientras perdía aceleración y desplegó las planeadoras. Las alas la alejaron con la suficiente velocidad para poder llegar al ancla sin que la policía la localizara.
Se agarró al ancla mientras mandaba la señal de que fuera recogida. Un último vistazo a la ciudad mientras Jun llegaba a su hogar flotante. Esperaba no volver allí nunca más.
Tras una ducha y algunas friegas de aloe vera plus para las heridas, se atrevió a comprobar aquello que había robado con tan poco disimulo. La última tableta de chocolate sería para ella y pensaba disfrutar aquellos dos minutos que le duraría.
Mientras el hogar flotante se alejaba, internándose en el atardecer, Jun cerró los ojos e intentó grabarse ese sabor mientras aún le durara en el paladar.