Drama o fortuna

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La ilustración que acompaña el cuento es de Robin Guthrie.


 

Genaro partió la galleta y se llevó una de las mitades a la boca. La masa estaba crujiente, sabrosísima. Percibía con claridad la mano maestra de Pedro. Su talento para hornear aquellas delicias era incomparable. Sacó el pequeño trozo de papel que sobresalía de la otra mitad y leyó la frase que venía escrita. Casi se atraganta. Salió tan apresuradamente de su despacho que tropezó bajando las escaleras que conducían a la planta de producción. Atravesó la nave con gesto severo, llevando la fina tira de papel estrujada en su puño. Cuando llegó a los hornos se encontró con Pedro, que esperaba a que una nueva remesa de galletas terminara de cocinarse.

—¿Qué es esto? —dijo, poniéndole la tira de papel delante de los ojos.

Pedro leyó la frase y se encogió de hombros.

—Pues un consejo muy útil para la vida.

—¿Un consejo? Aquí dice «Cuando das todo y no es suficiente, ¡ahí no es!». Esto es drama, Pedro. Nuestros clientes no buscan drama. Buscan fortuna, ¿entiendes? Vendemos galletas de la fortuna, por el amor de Dios. No puede ser que alguien se relama con el exquisito dulce que le entregamos, y luego se encuentre con la amargura de estos mensajes, que son un bajón, Pablo. No podemos hacer eso.

—Pues a veces no viene mal que te cuenten ciertas verdades incómodas, antes de tener que descubrirlas por uno mismo.

—¿Cómo? —reaccionó Genaro con incredulidad— ¿Pero se puede saber cuándo has empezado a trabajar tú en el departamento de marketing?

El reloj del horno emitió un pitido. Pedro sacó una bandeja con porciones de masa horneada y empezó a enrollar tiras de papel y a dar forma a las galletas. Genaro cogió una de las tiras que Pedro tenía preparadas para introducir en las galletas. Ponía: «El único amor verdadero es el amor propio».

—¿Estás usando éstas? ¿Dónde están las otras, las que hemos usado siempre?

—Las he tirado a la papelera.

—Pues recupéralas.

—No puedo meter dentro de las galletas tiras que hayan estado en una papelera, que como nos pille una inspección nos cruje, ¿acaso quieres que arruine el negocio?

—Que más da, ¡si ya lo estás arruinando con todas esas frases depresivas! Pues sube a la oficina y escríbelas de nuevo.

—Estoy pasando un momento difícil en mi vida, y me viene bien canalizarlo, ¿vale? No es algo que debiera importarte.

—¡Si afecta a tu trabajo claro que me importa!

—¡Pues entonces, mejor será que busque otro trabajo!

Pedro arrojó su delantal al suelo con furia.

—No, no, no. Vamos a ver, Pedro, amigo —dijo Genaro, rebajando el tono mientras apoyaba sus manos en los hombros de Pedro—. ¿Qué ha pasado? A ver, háblame.

Pedro no decía nada.

—¿Todo esto es por Lara?, ¿acaso habéis discutido?

Pedro seguía con la mirada fija en el suelo.

—Hagamos una cosa. Tú escribe de nuevo las frases, como han sido siempre, y yo haré una visita a Lara. Y vamos a intentar arreglar lo que sea entre todos, ¿de acuerdo?

Pedro recogió su delantal del suelo. Genaro lo palmeó cariñosamente en el hombro, cogió una galleta recién hecha y se encaminó hacia el aparcamiento. Por el camino la mordió. En el fondo era un auténtico adicto a esas galletas, era algo superior a él. Leyó la tira de papel que había en el interior mientras se subía al coche: «Aprende el hermoso arte de ignorar».

—¡Ja! Ojalá pudiese.

Se metió lo que quedaba de galleta en la boca y arrancó.

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