Huellas de un camino secreto

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La ilustración es de Xoan de Arellano, a quién podéis seguir en Facebook e Instagram.


 

La recepción estaba atendida por una niña flaca. Aquel era un negocio familiar. La pequeña tenía un cabello largo, lacio y negro, que ocultaba la mitad de su rostro. Mientras terminaba de escribir una nueva entrada en el libro de registros, la huésped observaba la estancia con fruición. A pesar de tener muchos años de antigüedad, los detalles en madera de aquel vestíbulo (los pasamanos, la tarima del suelo, los rodapiés) se conservaban como el primer día. La niña le tendió una llave y se ofreció a llevarle el equipaje a la habitación. La huésped, afable, declinó la oferta. Tan solo llevaba una bolsa de cuero. Tomó la llave y enfiló las escaleras. Se acostó nada más acomodarse en la habitación. A la mañana siguiente abandonó la casa temprano, sin tan siquiera desayunar. Cuando, horas después, la niña fue a limpiar la habitación, descubrió que la huésped se había dejado allí la bolsa de cuero, con todas sus cosas dentro. Y a partir de ese momento, todos aquellos objetos pasaron a existir en una nueva dimensión.

Esta escena era habitual en la casa de huéspedes El Fresno, donde Renata había pasado su infancia. Sus padres la regentaban y ella les ayudaba a llevar el negocio. En ocasiones, los huéspedes se dejaban olvidada alguna pertenencia. Rara vez alguien las reclamaba. Algunas veces sus padres las donaban a la beneficencia. Y otras veces las cosas se quedaban a vivir allí, en El Fresno.

Fuera como fuese, aquella casa era para Renata como una especie de portal interdimensional. Esos objetos olvidados quedaban despojados de toda su historia. Cualquiera que fuese el camino que los había conducido hasta aquel punto del tiempo y del espacio dejaba de tener importancia alguna. En El Fresno iniciaban una nueva existencia que nada tenía que ver con la anterior. Un ejemplo de esto era la bolsa que aquella huésped se había dejado olvidada. Normalmente la gente solía dejarse cosas más pequeñas. Aquella mochila parecía contener el peso de toda una vida. Y como aquella huésped tampoco llegó a reclamar nunca esas pertenencias, pasaron a existir en un nuevo plano de la realidad.

Renata se quedó para ella misma la bolsa. Era espaciosa, cómoda, bonita, y muy útil. Durante años la llevó consigo, sirviéndole para muchos propósitos. La usó después de abandonar la casa de huéspedes y mudarse a otra ciudad a estudiar. La usó después de visitar muchos lugares y de conocer a mucha gente (a quienes había merecido la pena y también a quienes no tanto), después de experimentar miles de decepciones y cientos de alegrías.

Pero llegó un momento en su vida en el que todo el peso acumulado le impedía seguir hacia ningún lugar. Se sentía estancada. Un día, por un capricho de la memoria, Renata recordó lo que pensaba cuando era una niña en la casa de huéspedes de sus padres. Un lugar en el que uno podía dejarse olvidado el peso de toda una vida, y éste era transferido a una realidad paralela.

Por alguna razón, ciertas piezas de la memoria son más resistentes que otras. No es extraño darse cuenta de que, por ejemplo, uno recuerda sin atisbo de duda el nombre y apellidos de algún antiguo compañero de clase, a quien sin embargo nunca ha vuelto a ver desde que dejó el colegio. Y, sin embargo, no es capaz de recordar cuál fue el menú que comió el día anterior. En ocasiones, estos elementos más robustos emergen en nuestro recuerdo, como huellas de un camino secreto. Algo así le ocurrió a Renata con su recuerdo de la casa de El Fresno. En su cabeza germinó la idea de que siendo consecuente con su propio imaginario podría liberarse del lastre de todos los años vividos hasta ese momento.

Así pues, de forma similar a la órbita que describe un planeta para volver a la misma posición tiempo después, Renata viajó de nuevo al lugar donde aún seguía en pie El Fresno. Se presentó allí, con su bolsa de cuero, al pie de la colina en cuya cima el viejo edificio se erigía. Todavía funcionaba como hospedaje aunque, lógicamente, ya no eran sus padres quienes estaban al frente de su gestión. La imagen de la casa coronaba el largo tramo de escalera que atravesaba toda la ladera. Vista desde abajo, desprendía un halo poderoso, como otorgado por incomprensibles fuerzas cósmicas. Renata quiso sentir durante un momento todo el peso de la bolsa que llevaba en la mano. Agarró con firmeza el asa, y se dispuso a subir.

La recepción estaba atendida por una niña flaca. Aquel seguía siendo un negocio familiar. La pequeña tenía un cabello largo, lacio y negro, que ocultaba la mitad de su rostro. Mientras terminaba de escribir una nueva entrada en el libro de registros, Renata observaba la estancia con fruición. A pesar de tener muchos años de antigüedad, los detalles en madera de aquel vestíbulo (los pasamanos, la tarima del suelo, los rodapiés) se conservaban como el primer día. La niña le tendió una llave y se ofreció a llevarle el equipaje a la habitación. Renata, afable, declinó la oferta. Tan solo llevaba la bolsa de cuero. Tomó la llave y enfiló las escaleras. Se acostó nada más acomodarse en la habitación. A la mañana siguiente abandonó la casa temprano, sin tan siquiera desayunar. Cuando, horas después, la niña fue a limpiar la habitación, descubrió que la huésped se había dejado allí la bolsa de cuero, con todas sus cosas dentro. Y a partir de ese momento, su vida pasó a ocurrir en una nueva dimensión.

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