
Bohemia, tierra de los boyos. En latín se les conocía como boius, pueblo del ganado y pueblo guerrero. La tribu celta que dominó parte de la actual República Checa cuyas historias derivan en leyendas y en olvidadas verdades. La de hoy sigue a un boi concreto cuyo nombre se ha perdido. Cuya lección puede que también se haya olvidado.
“El leñador siempre era la figura más apartada. Por encima del cazador o el trampero, ya que estos siempre acababan volviendo al pueblo, más el leñador siempre permanecía dentro del tupido bosque… acompañado de sus acompasados hachazos y el crujido de la corteza arrastrada.
Pese a su semblante silencioso y huraño, consiguió desposar a una mujer. De una belleza salvaje y de una calma sedosa. Hablaban poco, pero se perdían en sus miradas y en las noches frías, sus cuerpos encajaban a la perfección. Pronto, de la semilla del amor, nació el fruto: una niña de ojos despiertos y risa contagiosa. La soledad del leñador ya no era tal, la felicidad le sonreía.
En la vida, todo es equilibrio. Era imposible que la enfelización permaneciera, que el hechizo no se terminara por romper, que la vida no le golpeara con la indiferencia que la caracteriza, que huyera a campos más verdes y se olvidara del pobre leñador. Su esposa enfermó. Ni del cuerpo ni de la mente, sino del corazón. La luz de sus ojos se apagó y el hombre dejó de entender su mirada. Se perdió en el bosque una noche de esas frías y jamás regresó.
El leñador quiso volver a su soledad, pero los ojos vibrantes de su hija lo apuntalaron. No le dejaba encogerse y acomodarse en su antigua forma de vida; le obligó a ser una mesa con tres patas, a mantener una simetría inexistente. La injusticia se traduce en rabia y el leñador lo pagó con los árboles. Cortaba más de los necesarios, hacía fogatas enormes en el linde del bosque, tentando a que las lenguas de fuego lamieran los resecos pinos. Al final del día acababa con los brazos adormecidos y se sentaba a contemplar las llamas de una destrucción inminente. Una guerra abierta entre él y el bosque. Y el bosque no iba a permanecer impasible.
Su mujer huyó, a su hija se la llevaron. Una dama desdibujada, enigmática, con olor a tierra mojada y a savia, con el cielo como vestido y con sabor a sal marina. El bosque dio un golpe que dejó sin aire al leñador. Sin nadie que lo sostuviera, el leñador se desató del civismo. Salió armado con su hacha y su frustración…con la intención de despoblar el bosque y hacerle pagar por todo lo que le había quitado. Cada árbol se resistía a sus hachazos, la vegetación luchaba de manera silenciosa y estoica, hasta que llegó a un claro con un árbol de blanca corteza, justo en el centro. El corazón del bosque, por fin al descubierto. La madera era blanda y no prestaba resistencia, la savia era espesa y algo rojiza e hizo un sonido sordo al caer por fin.
Contempló los demás árboles, con el oscuro deseo de verlos marchitarse o arder, pero no ocurrió. La misma dama que se había llevado a su hija, apareció tras el árbol blanco caído.
—Leñador, espero que tu furia se haya aplacado. Aunque bien sé que no es así. Crees que la vida te debe algo, que ha sido injusta contigo y que los dioses somos responsables de ello. No temas los designios divinos, pues no existen. Teme al caos, al despótico destino que no conoce justicia ni equilibrio. Solo puedes ser responsable de tus actos, así que llévate a tu hija, a la que acabas de talar y caliéntate. Los árboles solo son recuerdos, y tu acabas de cortar lo único que te hacía humano. “
Una piedra permanece impasible junto a los restos de un árbol albino. Una piedra en la que se adivina una figura humana derrotada, cuya suerte nunca estuvo predestinada…pero a la que el caos devoró.
La ilustración es de Medusa Dollmaker
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