Verano interior

chica_playa-HeyJuddy

El mar no puede llegar más allá de la orilla. Al menos, si nada lo agita. Si el viento no anima. Las olas son devueltas una y otra vez al medio acuático. Confinadas en su espacio físico, no pueden rebasar la frontera infranqueable de lo geográfico.

Como las olas, mi camino también se encontraba con una anomalía. Atrapada en una jaula de melancolía. Sumida en la apatía. Una muralla invisible me obstaculizaba. Por un cúmulo de circunstancias, desorientada, era incapaz de percibir la realidad inalterada.

Mi visión distorsionada de este mundo incierto había dejado mis días teñidos de gris invierno. Atravesados por una encrucijada de mil direcciones. Conformados por un interminable infierno de repetidos patrones. Asediada y sin respiro en un inflexible recinto, vagando sin brújula en bucle infinito,  buscando sin esperanza la salida de un laberinto en el que ningún rincón era distinto.

Tuve que aprender a leer los vientos, a valorar lo efímero, y a disfrutar las curvas. A interpretar pensamientos, a actuar primero, y a caminar sin culpas. Enterré lamentos. Exhibí esmero. Y enmendé faltas.

La luz siempre reside en algún lugar. El reto consiste en saber dónde buscar.

Día tras día amanecía envuelta en neblina. La bruma estaba oscura, y mi ánimo apagado. Decidí huir, sendero arriba, y coronar una colina. Allí comprobé que sobre ese mar vaporizado refulgía un cielo iluminado. Finalmente proclamé ¡aleluya!. Si percibo tinieblas a mi alrededor, no permito que me influyan. La respuesta es, sin sucumbir al temor, alumbrar mi verano interior.

A veces, la prisa por llegar a un punto lejano siembra en mí un deseo malsano. No siempre la presteza es la ruta para tomar la delantera. Unas veces deviene en ceguera, y otras produce torpeza. En ocasiones la belleza está en disfrutar lo cercano, detenerse con paciencia y descubrir el terreno rayano. Una vez me paré en el margen de un prado. Oculta entre la maleza, sin yo haberlo buscado, encontré el sabor de una excelsa cereza. Cuántas veces me lo habré perdido, pensé, por pensar solo en el destino. Viajar con calma puede ser satisfactorio, permite estudiar el panorama y desenmascarar lo accesorio.

Una imagen en mi retina contiene más verdad que cualquier experiencia divina; si no contemplo el momento, mi memoria lo olvida. El cielo en llamas del atardecer es una estampa frecuente. Por saber lo que ocurra tras ese horizonte no estoy impaciente. Ahora, en mi mente, cada instante es diferente.

La trascendencia la persigo de otro modo. Me zambullo en mi existencia, para llegar al fondo y comprender mi esencia.

Un fluido marino recorre mi piel límpida. Sin ropajes, despojada de anclajes, avanzo hasta donde limitan la arena y el agua prístina. Me envuelve una capa acuosa, no llevo cargas y mi fuerza es poderosa.

Me siento liviana, audaz y libre. Para recorrer travesías y experimentar colores, para vibrar con melodías y probar nuevos sabores. Da igual cuánto vaya a durar el día. No me supondrá ningún esfuerzo levantarme tras cualquier tropiezo.

Sin ninguna preocupación mayor, sé que nunca tendrá fin mi verano interior.

 

La ilustración es de Hey Juddy, a quién podéis seguir en Facebook, en su blog, y en su web.

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