Una casa demasiado estrecha

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La merlinita es un ópalo que, una vez pulido, es de un puro blanco nacarado, pero con pequeños trazos negros ramificados. A veces son sutiles, a veces no.

 

Merlinita también es una niña que vive en una calle estrecha, donde los árboles son tan tupidos que cualquier gorrión o halcón podría confundirlo con un vergel en mitad del asfalto. Las calles están levantadas y las aceras desgastadas. Hay conchas de caracoles desahuciados, blancas por el desgaste del tiempo. Merlina no soporta que la llamen por el diminutivo, quizá es un detalle que he pasado en las presentaciones y que es importante. Supongo que puedo añadir también que odia el helado de vainilla, no vaya a ser que luego resulte importante.

 

La casa de Merlinita…de Merlina es tan estrecha como su calle. Para compensar es el doble de alta que una casa común. Cada vez que la niña tenía que cruzar por algún pasillo concreto, debía meter barriga y pasar de lado, aunque podía tener estanterías tan altas y rebosantes que incluso a Merlina le parecía ver pequeños montones de nieve a ciertas alturas.

 

La casa no siempre fue así. Comenzó siendo tremendamente espaciosa, tanto que para ir a la habitación de al lado, Merlina tenía que coger una bicicleta, unos patines o un pogo…dependiendo de la urgencia con la que tuviera que ir.  Claramente tenía la contrapartida de un techo tremendamente limitado y a veces asfixiante.

 

Merlina siempre desayunaba lo que fuera con mermelada de frambuesa. Le gustaba experimentar: pan, churros, galletas, huevos…e incluso una vez probó con sopa de pescado. Era feliz pasando la mañana comprobando, con una libreta, algunos aspectos esenciales de su hogar. Ruido de cañerías, comprobado. Montón de mantas de invierno, comprobado. Lentejas plantadas en un vaso con algodón levemente humedecido, creciendo. Goteras, comprobada, comprobada y…comprobada. Ceras, lápices y pintura, comprobado. Posible mapache viviendo en el cubo de la basura de la calle, ¿comprobado? Era difícil decirlo ya que Merlina nunca salía de su casa. No era por ningún motivo especial, Merlina tampoco dista mucho de cualquier otra persona, simplemente era un motivo meramente físico. Con el extraño desarrollo de su hogar, la puerta se había vuelto tan estrecha que era imposible salir. Sí, podría haber saltado por una ventana o haber subido por la chimenea, pero nadie hace eso ¿estamos locos? ¿Acaso tú saltas por muchas ventanas?

 

Su hogar se fue estrechando y su techo, alejando. La niña Merlina quedó a la altura de taburetes y pelusas de polvo. Con las paredes cerniéndose sobre su curiosidad y su pequeña imaginación. La niña sólo pudo abrazarse a su fiel peluche y cerrar los ojos, mientras lo lento pero inexorable, ocurría.

 

En un restaurante cualquiera, una mujer cualquiera apoya su cara soporífera en su mano. Este mes iba a ir un poco justa de dinero y de tiempo. Tenía que llamar, pedir, ordenar, suplicar y arreglar tantas cosas que no le daba la vida. Ojalá los días tuvieran más horas. Merlina…aunque ahora la conocían simplemente por Mer, era una mujer demasiado ocupada como para dormir lo suficiente, comer lo suficiente o cualquier otra cosa, lo suficiente. No sabía porqué se había atrevido a salir esta noche, con todo el trabajo que tenía. Engulló la cena y pidió el postre lo antes posible. Aprovechó ese lapso de tiempo para enviar un par de mails con el teléfono y concertar la cita de mañana. La niña de su interior notó un temblor tremendamente peligroso, su nariz ya rozaba la pared sin posibilidad de evitarla.

 

La adulta Mer se puso el abrigo mientras el camarero le traía el postre, por ahorrar tiempo. Lo vio salir de la cocina con andares enérgicos. Le dejó una copa plateada delante y se marchó. ¿En serio? ¿Helado de vainilla? Ojalá fuera de frambuesa. Y las paredes se detuvieron, aunque lamentablemente jamás retrocedieron. Lamentablemente jamás dejamos de ser adultos.

 


La ilustración es de Paula Grela *ALTER*

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