Clan Hojo
Descendientes directos dela familia imperial, los Hojo son los expertos en el arte de la diplomacia y la burocracia. De casi todo hacen un ritual y la mayoría son samurais cultos que además de ser guerreros también son artesanos o artistas.
Su hospitalidad es bien conocida y apreciada, son un clan muy espiritual y es común ver pequeños grupos de samurai Hojo peregrinando hacia templos aislados en las montañas en busca de sabiduría o simplemente paz.
La peregrinación empezaría antes del amanecer. El silencio pesado se instalaría hasta encontrarse con Yamabushi, el ermitaño budista que les recibiría en lo alto de la escarpada montaña. El templo parecería contener la respiración ante las escasas palabras esotéricas que se murmuraban entre sus muros de piedra viva.
Hojo Yasutoki sería el único que no partiría. Guardaría el hogar del clan, con el fuego cálido esperando el retorno del resto. Yasutoki no podía alejarse más de una docena de pasos de la costa y tampoco podía prescindir de sus ropajes de guerra. Todos en el clan aceptaban su silencio como una forma de elevación espiritual y, aunque llevaban años sin poder contemplar su rostro, no dudaban de su lealtad.
El samurái no contemplo la partida del resto del clan, solo miraba hacia el horizonte, con un mar en calma y el olor a sal. Una vez se supo en soledad, caminó hacia las aguas del océano, con pisadas pesadas y sin atisbo de miedo. Se sumergió hasta una colina marina, desde donde podía contemplar la vida acuática. Tensó su fiel arco y cazó los frutos del mar que luego conservaría en sal. La flecha se movió muy lentamente, pero tan certera y letal como en el campo de batalla.
Cuando hubo recogido las piezas de caza, siguió contemplando la vasta extensión de la vida marina…como el que conquista una colina en secano y contempla la extensión bajo sus pies. No parecía tener prisa en volver a tomar aire y, pese a un momento de duda, se lanzó colina abajo. El agua frenaba su descenso, pero la pesada carga de su armadura parecía invitarlo a hundirse con rapidez.
Levantó una pequeña nube de tierra, los peces se asustaron de la vibración causada, pero el samurái no prestó atención y caminó adentrándose en tierras cada más profundas. No parecía notar el peso del agua que le rodeaba, ni el esfuerzo que suponía caminar y, con cada paso, la luz de la superficie menguo hasta instalarse la completa oscuridad.
Las criaturas marinas se guiaban por fluorescencias, los ojos eran inservibles a esta profundidad y, los que no carecían de ellos, la evolución les había dotado de unos ojos tan grandes como manzanas para aprovechar cada resquicio de luz. En la tierra de las pesadillas profundas, Yasutoki no dudaba ni erraba en cada paso que daba. Llegó a una oquedad en el terreno y un siseo amenazador le dio la bienvenida.
Una serpiente lumínica mostró sus dientes como agujas. Su cola abrazaba miles de caparazones vacíos… pero el samurái desenvainó con calma y de un golpe certero, cercenó la cabeza del monstruo de pesadilla. Una vez cumplido su deber, la armadura perdió la tensión y el pequeño crustáceo ermitaño abandonó su vida de samurái. Una vez vengada a su familia devorada, podría dedicarse a la contemplación y a la búsqueda de la auténtica paz…partió en búsqueda de un caparazón más humilde con el deber cumplido.
La ilustración es de Lourdes Navarro
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