La última Hija del Mar

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De las nueve hijas del Mar ya sólo vivían tres. Las otras seis habían agotado su tiempo agitando las mareas, revolviendo los fondos marinos y creando corrientes incesantes. Sin duda se lo habían pasado bien y habían cumplido buena parte de los deseos de su padre, pero habían agotado todas sus fuerzas y ya no podían hacer más que diluirse y desaparecer.

Así que ahora, toda la responsabilidad recaía sobre las tres hermanas más jóvenes. Ellas solas tenían que hacerse cargo de todas las tareas que había que hacer en las aguas. Debían medir bien las temperaturas, establecer las diferentes colonias para cada ser de su interior, tenían que mediar entre los posibles conflictos territoriales que surgiesen entre los tritones y todos los demás y, sobre todo, debían velar por algo fundamental: el Mar debía permanecer siempre limpio, porque de no ser así, todos, absolutamente todos, pagarían las consecuencias.

Y fue la suciedad la gran causante de todo.

Pasada la segunda edad y al ver que sus niñas se iban agotando, el Mar decidió engendrar una última hija: Alisha. El Gran Sepán, el monarca de todos los peces, le ofreció todo su reino a la nueva Hija del Mar, a cambio de que cada vez que muriese un pez, ella le dedicase una mirada. El Mar no podía resistir un ofrecimiento como ese e hizo que Alisha firmase un acuerdo con él. El monarca estaba encandilado, enamorado por completo y decía que jamás había visto nada tan bello.

Los peces se escandalizaron, no podían creer que su Rey estuviese dispuesto a entregar todo su reino por un amor que, a fin de cuentas, no era más que una fantasía imposible. Pero el Gran Sepán no cedió. No quiso escuchar a ninguno de sus consejeros ni a ninguno de sus plebeyos. Alisha sería su amada costase lo que costase.

Su obsesión fue creciendo con el paso del tiempo. Las tres hermanas de Alisha pasaron por su corte para tratar de poner fin a su locura. Estaba poniendo en riesgo todo el orden y la estructura de las aguas. Los corales y las algas empezaron a temer lo peor. Las sirenas se dispersaron y los tritones fueron con ellas. Se avecinaba algo terrible.

Fue entonces cuando murió el primer pez. Alisha cumplió lo pactado, surgió frente al Gran Sepán y le miró directamente a los ojos. Sólo duró un instante, pero el viejo regente perdió el poco juicio que le quedaba. Haciendo uso de todo su poder, empezó a ejecutar a cada pez que estuviese cerca de él, los ahogó, los ahorcó y los apuñaló. Todos sabían que se había vuelto loco, pero nadie esperaba algo tan atroz.

Todo su reino empezó a cubrirse de la sangre de sus súbditos. Alisha no podía hacer más que mirar al Gran Sepán con cada nuevo pez muerto. Hasta que ya no podía ver. Tanta sangre había en el agua, tantas visceras y porquería, tanto sufrimiento, que el Mar se volvió turbio.

Las tres hermanas de Alisha intentaron limpiar todo aquello, se emplearon a fondo, crearon grandes mareas con olas inmensas que arrastrasen toda la suciedad, pidieron la ayuda de los vientos marinos y trataron de convencer a las ballenas para que recogiesen los cuerpos de los peces asesinados por el monarca.

Y aún así no lo consiguieron. Se agotaron y al igual que sus seis hermanas antes que ellas, se diluyeron y volvieron al seno de su padre.

El Gran Sepán trató de todas las maneras posibles de reencontrar la mirada de Alisha, pero ya no podía ver más que la nube de muerte que había creado. Gritó, llamó a su amada desesperado, sabía que estaría cerca aunque no pudiese verla. Pero nadie le respondió. Miró a su alrededor. Sus consejeros. Su familia. Toda su corte flotaba sin vida y envuelta en una nube roja. Y lloró. Al fin se dio cuenta de su locura y gritó pidiendo perdón.

Fue entonces cuando Alisha hizo algo que nadie esperaba, le perdonó, aún sin poder verle, entonó una leve melodía para tratar de calmarlo, le dijo que no se preocupase, que tenía una idea.

Alisha abrió muy despacio sus labios y empezó a aspirar la nube roja de las aguas. Metió dentro de sí todo rastro de suciedad, cada pez muerto, cada resquicio, cada víscera, cada gota de sangre. Fue hinchándose y con cada sorbo su piel se volvía más y más rojiza. El agua se fue limpiando poco a poco hasta quedar transparente, cristalina. El Gran Sepán pudo ver de nuevo a su amada, se acercó a ella avergonzado, pero Alisha le impidió que siguiese avanzando con un gesto.

Al instante, Alisha se dirigió hacia la superficie. Estaba inmensa, repleta de toda aquella suciedad, de toda aquella masacre causada por un rey loco. Emergió, juntó los labios como si fuese a silbar y muy despacio surgió de su interior una mancha negruzca. Al principio era algo diminuto, pero enseguida creció y creció. En su interior se veían pequeños puntos brillantes, eran de diferentes tamaños, pero todos emanaban una intensa luz blanca. Aquella masa negra plagada de luceros se extendía más y más saliendo de Alisha. Ella se iba deshinchando y volvía a recuperar su color natural. Cuando expulsó el último aliento, Alisha comprobó que todo el Mar estaba cubierto y respiró aliviada. Acto seguido llamó al Gran Sepán y le hizo ver lo que había creado.

Le explicó que cada luz era un pez muerto por su obsesión y le pidió que recordase cada día que ningún amor debe causar sufrimiento.

El arte es de Amelia Navarro a la que podéis seguir en: Amelia Navarro Ilustración

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