Al son de la armónica
la luna aparece en la tundra rosácea;
invernaderos abandonados se despiden con sus lágrimas desgarradas por el sol
y el viento de poniente.
No me llames más,
déjame partir en silencio como hace la condenada segura de su suerte;
y cuando el olivo se torne negro y la aguja cuelgue sobre mi ojo de nácar,
déjame aferrarme al último consuelo de tu aliento sin pensar
en tu envidia de niña caprichosa
y en tu ego de mujer insegura…
Preferirías verte partir en mi lugar, ya lo sé, pero me toca,
el barquero me aguarda en las costas del abismo y no espera.
Dame su tributo en forma de oro y pan,
bésame en los labios de lo cotidiano intentando tocarme el azul que te guardé
y tuerce la esquina para velarme de domingo a domingo.
Y al son de la armónica,
cuando la luna aparezca en la tundra rosácea,
despídete de los invernaderos abandonados
enjugándote las lágrimas desgarradas por el sol
y el viento de poniente,
que te ahoguen las ganas
de llamarme al horizonte.
Ilustración de Xulia Vicente. También podéis seguir su trabajo en Gota de Calo.