Fantasy World

Stone Golem - Nerkin

Aún era pronto, y las avenidas del parque estaban desiertas. Con la primera luz del día, un malhumorado hombre de traje y corbata seguía a sus subordinados, observando minuciosamente todo cuanto le rodeaba.
Dirigir Fantasy World no era tarea fácil. Era el parque zoológico de más éxito en todo el mundo, y las razones eran obvias. George Hesse había sido el primero y único en atravesar la última frontera y ofrecer a sus clientes la oportunidad de ver con sus propios ojos a criaturas fantásticas, salidas de cuentos y sueños. Nada podía competir con la experiencia de ver una mantícora de carne y hueso a unos metros de distancia, y todos los niños del mundo soñaban con montar a lomos de un caballo alado.
Pero el éxito tenía un precio, y Hesse sólo podía confiar en sí mismo para administrar aquello. Por más que repetía las medidas de seguridad, protocolos de actuación y política de la empresa, siempre ocurría algo en cuanto dejaba de prestar atención a la vida diaria del parque.
Contaba con diversas denuncias, que por suerte seguían —y seguirían durante mucho tiempo— en trámites. Y es que la gente se escandalizaba por nada. Aún recordaba el revuelo que había ocasionado un desafortunado incidente con el hombre lobo unos meses atrás. A su cuidador se le había olvidado suministrarle la sustancia que lo alteraba lo suficiente como para mantener su apariencia de fiera, y miles de niños habían podido contemplar a un hombre sucio y aterrorizado encogido en un rincón de la jaula. Los sacrificios periódicos por superpoblación también habían dado que hablar. La gente no entendía lo peligroso que era dejar que viviese una camada entera de anansi, y se quejaban de que era inhumano matarlos a sangre fría. Si alguno de esos cretinos supiera lo que podía hacerle un bicho con medio cuerpo de araña…

—¿Señor Hesse? —Habían llegado al recinto de los perros de tres cabezas.
—En el informe decían que el macho presentaba un comportamiento agresivo —dijo Hesse, observando a las criaturas que dormían profundamente—. Los veo muy tranquilos.
—Se les mantiene sedados por motivos de seguridad —explicó el empleado—. Les estamos administrado el tratamiento a la espera de que se decida qué hacer con ellos.
Hesse asintió con un gruñido.
—Pensaré en ello —dijo—. También había un problema con el golem, si no recuerdo mal.
—Si, señor, pero ya está solucionado.
—Me gustaría verlo de todas formas.
El golem parecía una estatua tallada sobre la pared del Templo Misterioso. Cuando se acercaron, se activó con un sonido sordo y profundo. Una luz azul parpadeó y se encendió en su frente, y de inmediato un ojo hizo lo propio. Un solo ojo antiguo y profundo que se fijó de inmediato en él.
—Había dejado de obedecer —explicó el segundo empleado—. Cuando la gente llega a sus pies, debería inclinarse, recogerlos con la mano y subirlos al Templo, pero ayer intentó escapar al ver a las primeras personas. Lo detuvimos sin mucho problema y parece que ya está arreglado.
—¿Qué pasa con su otro ojo? Antes se le encendían los dos.
—Para detenerlo, hay que darle una descarga en el núcleo, tuvieron que dispararle al ojo.
—¿En frente de todo el mundo?
—Me temo que sí, aunque muy poca gente lo vio, aún era pronto.
—¿No había otra forma? ¿Con dardos calmantes o algo así?
—Los calmantes no funcionan con los golem como con los dragones o los cerberos —explicó—. Al no ser su cuerpo orgánico…
—Sí, sí —interrumpió—. Entiendo que hicieron lo que tenían que hacer… sólo que ese trasto con un sólo ojo… a la gente no le va a gustar, es necesario repararlo cuanto antes.
La apariencia de buen trato y felicidad era esencial en los tiempos que corrían. Cada vez más gente protestaba contra el encierro de aquellos seres, cosa que irritaba sobremanera a Hesse. ¿Qué diferencia veían entre los malditos dragones y los elefantes que llevaban toda la vida exhibiendo en el zoológico? Nunca estaban contentos. Las sirenas eran demasiado parecidas a los seres humanos y no era ético tenerlas encerradas en piscinas, una ciudad no era sitio para tener hadas, los unicornios eran demasiado inteligentes como para obligarles a llevar a gente sobre su lomo… y la lista seguía infinitamente. Por suerte aún había quien disfrutaba viendo un buen espectáculo de sirenas, y que enseñaba a sus hijos a admirar aquellas cabriolas sin preguntarse por qué las hacían. Aún había gente que no necesitaba humanizar tanto a las bestias y se conformaba con verlas sonreír, sabiendo que eran felices. Más esclavizado estaba él con tanto trabajo y desde luego no se quejaba.

Arte de: Jesús Campos «Nerkin»

Si quieres ver más, visita su perfil de Deviantart.

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