El colapso

random23- Gaspar Satorres

El aire de finales de la primavera era cálido y la clara luz de la mañana se filtraba por las ventanas haciendo resplandecer una treintena de pequeñas esferas casi negras, que desafiando una antiquísima ley de la naturaleza, flotaban a escasos centímetros de las mesas de laboratorio donde se habían concebido.

Si uno se acercaba lo suficiente a cualquiera de ellas podía observar en su interior millones de pequeños puntos de luz, aparentemente distribuidos de forma caprichosa, que sin embargo seguían un patrón casi idéntico en todas ellas. El modelo más óptimo tendía a imponerse.

Se trataba del último día de clase, y el aula de Ciencias Aplicadas estaba completamente llena, con cientos de alumnos que murmuraban mientras esperaban la calificación de su proyecto de aquel año.

La mayoría de los presentes estaban nerviosos por los resultados. El proyecto de “Recreación de Vida en un Entorno Controlado y Simplificado” era de los más importantes del curso, y no todo el mundo poseía los conocimientos técnicos necesarios para poder desarrollar mundos estables. Sin embargo Jeremy no se encontraba nervioso por eso, sino porque tenía que apagarlo.

Durante meses se había esforzado por crear un universo complejo, sin hacer trampas, sólo con sus cuatro dimensiones principales y alguna pequeña más para hacer ajustes menores. Algo sencillo y hermoso, que se autosustentara y que pudiera albergar vida en su interior. Durante meses había visto como la energía inicial aportada por él tomaba forma y se constituía en materia, que poco a poco formó la esperada amalgama de galaxias, estrellas, planetas, y demás. Según el ordenador había conseguido generar un universo con más de 30.000 civilizaciones, de las cuales casi 7.500 se consideraban inteligentes. De esas había escogido un pequeño grupo con las que comunicarse, y se había asombrado al ver que podía hacerlo.

Ahora todo se tendría que apagar, y eso significaba destruir toda aquella vida, toda aquella riqueza y dede luego, destruir a aquellos seres con los que de forma indirecta, pero real, se había comunicado. Siempre había pensado en sí mismo como una persona normal, pero ahora se veía en el papel de un pequeño dios, adorado y venerado por parte de su creación. Y aún así y contra sus propios deseos, tendría que destruirla. Daba igual la nota que le pusiesen, ahora mismo se sentía como un traidor y un cobarde.

—Bien, va siendo hora de apagar todo esto. —La voz del profesor llegó como un golpe a su mente, haciéndose un sitio a empujones y descolocando sus propios pensamientos—. Cuando acabemos de desmontarlo todo os daré las notas.

Con un nudo en el estomago decidió intentar salvar su creación.

—¿Señor Huley?

—¿Sí?

—¿No podríamos hacer alguna otra cosa con estos universos?

—¿Otra cosa? —dijo el maestro mientras ponía cara de extrañeza—. ¿Cómo qué?

—Podríamos dejar que se colapsen de forma natural, en vez de forzarlo ahora ¿no?

—¿Y para qué quieres mantener tu proyecto en marcha más tiempo? El curso se acaba ya, además, tú ya tienes una buena nota.

—No es por el proyecto, ni por conseguir más nota. Es porque se trata de vida. En mi universo hay miles de civilizaciones, muchas de ellas inteligentes. Sería matarlos a todos como si no fueran nada.

—Ya veo. De eso va el proyecto, pero en realidad no puedes considerarlos vida como tal. Para empezar están en un entorno de solo cuatro dimensiones, no son casi conscientes del mundo, ni seguramente de sí mismos.

—Pero a través del ordenador me he podido comunicar con ellos. No se trata sólo de dar mensajes o de meter datos, hay respuesta. Están realmente vivos.

—Lo entiendo, has hecho un gran trabajo, yo mismo he trabajado en universos complejos como el tuyo, me he comunicado con ellos y sido deidad de algunas civilizaciones. Es divertido y muy interesante, pero en realidad no los puedes considerar de esa manera. Sabes que mientras hablamos están sucediéndose generaciones de cada una de esas criaturas. Sus vidas son tremendamente fugaces. No le des tanta importancia.

—No es por que sea divertido, ni interesante, es por decencia. ¿No podemos esperar al colapso? Entonces habrán pasado por todas sus fases, y será justo que acaben su existencia.

—El problema de eso es que son universos inestables. Parecen estables, y puede que lo sean durante toda su vida, pero si alguno de ellos entrara en un estado de deterioro precipitado, o si se alterasen las leyes físicas que lo rigen… podría causar un desastre tremendo.

—Pero si lo mantenemos controlado es posible que nada de eso suceda. Podríamos tenerlo vigilado y en caso de que se fuera de las manos colapsarlo nosotros.

—Sabes perfectamente que el tiempo en el que se desarrollan los acontecimientos dentro de ellos es mucho más rápido que el nuestro. Si se diera alguna anomalía es posible que no pudiéramos verlo hasta que fuera demasiado tarde. No podemos dejar que evolucionen más allá de la fase de expansión, no es seguro. Lo siento, pero no podemos correr ese riesgo.

—Está bien, entonces lo haré cuanto antes —dijo con un hilo de voz mientras daba media vuelta y cogía entre sus manos la resplandeciente esfera.

El proceso era sencillo. Los universos se descomponían en pequeñas partículas que pronto volvían a ser tan solo energía, dejando tras de sí sólo un ambiente ligeramente cargado y el recuerdo de las vidas perdidas.

Somos responsables de aquello que creamos. Debemos estar a la altura de protegerlo y amarlo. Desgraciadamente, casi siempre fallamos”.

Arte de: Gaspar Satorres Gil

Si quieres ver más, visita: https://www.facebook.com/gasparsatorres?fref=ts

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