La falta de ideas de las Islas del Sur

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El viejo Capitán Mallory se había propuesto acabar de una vez por todas con la falta de ideas de las Islas del Sur.

Hacía ya más de un siglo que sus habitantes habían perdido la capacidad de imaginar. Fue algo paulatino, primero dejaron de leer, después dejaron de dibujar e incluso perdieron la capacidad de probar cosas nuevas en la cocina.

El resultado fue desastroso. Los adultos notaron que eran incapaces de crear historias o de imaginar mundos nuevos, pero eso tampoco les supuso un gran problema. Se dedicaron a continuar con sus vidas de una manera monótona y plana, y una vez acostumbrados, tampoco lo pasaron tan mal. Pero los niños, ¡ah, los niños!, ellos sí que cambiaron profundamente. Ya no se oían sus risas y sus gritos. Sus juegos pasaron a ser meras competiciones sin esencia. El aburrimiento se convirtió en la bandera de todas las Islas del Sur.

Por eso el Capitán Mallory puso rumbo hacia la Península del Este con un objetivo claro en mente: asaltar la gran biblioteca y llevarse al menos sesenta y siete páginas de sesenta y siete libros diferentes, uno por cada una de las Islas del Sur.

Y así lo hizo, aunque no sin dificultad. Como correspondía a su brillante educación, primero pidió permiso para ello al gran bibliotecario, un anciano cascarrabias con unas gafas inmensas. Pero el anciano declinó una petición tan extraña. Cómo iba a permitir que amputasen una parte de sesenta y siete volúmenes distintos. Mallory no se rindió, le explicó que sería todo por un bien común, recuperar la capacidad de imaginar de un montón de gente, y sobre todo, de un montón de niños. Pero no cedió.

Por eso el Capitán, contraviniendo incluso el reglamento de la Sagrada Orden Naval que le impedía llevar la contraria a cualquier anciano, especialmente si utilizaba gafas de grandes dimensiones, pegó un grito, se agitó adelante y atrás, se revolvió, grito de nuevo y terminó por ofrecer un chantaje al bibliotecario. Sesenta y siete onzas del mejor tabaco de los Mares del Oro, una por cada página de cada libro para cada isla.

El anciano no fumaba, se lo había prohibido la madre de su esposa, pero le encantaban los retos imposibles y solo imaginar la cantidad de dificultades que tendría que atravesar el Capitán para cumplir su promesa ya le valía la pena.

Habría de enfrentarse con alguna de las orcas bicéfalas, superar en una prueba de ingenio al gran Vizzini, derrotar en un duelo mágico a la hechicera Gizzem y, si todavía seguía con vida y con ánimo, subir los siete mil escalones hasta la cima del Monte Rasím para someterse a lo peor de todo: el duelo a espada con una mujer misteriosa que solo revelaba su identidad a aquellos que la vencían en combate. Unos decían que era prima hermana de un Dios, otros que era la hija de una estirpe legendaria de mosqueteros, pero como nadie la había derrotado jamás, no eran más que especulaciones. Todo eso hizo emocionarse al bibliotecario que sin más dilación le ofreció un contrato a Mallory en el que se comprometía a conseguirle el tabaco a cambio de las páginas.

Así que el Capitán, habiendo arrancado todas las páginas que necesitaba, ideó la manera perfecta de hacer llegar cada una de ellas a cada una de las islas. Se colocó en un diminuto pantalán en la Isla Central. Allí llevo su cofre lleno con las páginas y durante dieciséis horas las estuvo transformando en pequeños barcos de papel.
Y los arrojó al mar. Valiéndose de su gran conocimiento de las mareas y los vientos, consiguió que cada uno de aquellos barcos diminutos pusiese rumbo a cada una de las sesenta y siete islas. Y en apenas un par de días todas cubrieron la travesía.

Cuando los barcos llegaron hasta las distintas playas fueron recogidos por sus habitantes. Algunos se encontraron con textos de la antigua fábula de la araña y el caballito de mar. Otros encontraron al desplegar el barco un fragmento del poema épico “La Hesénide” que relataba la aventura que llevó a cabo Heseo cuando fue expulsado de su patria por ofender a un Dios al comer bananas poco maduras.

Todo lo que había escogido Mallory eran grandes obras de la historia de las letras. “Trinán y Pernía”, “La decisión de Mak”, “El robo del honor” e incluso las memorias del gran actor Kristoff Karil.

Cuando los barcos de papel fueron recogidos, casi de inmediato produjeron el efecto que pretendía el Capitán Mallory. Las hojas corrieron de mano en mano, las historias comenzaron a reproducirse una y otra vez en boca de todos los que las leían. Y de nuevo la imaginación fluyó entre los habitantes de la Islas del Sur. Alguno de ellos incluso se permitió inventar historias nuevas. Los niños inventaron de nuevo mundos en los que jugar a tener personalidades diferentes.

Mallory estaba muy satisfecho, había conseguido resucitar la capacidad de inventar ideas nuevas de toda la gente de las Islas del Sur. Ahora solo le preocupaban dos cosas. La primera era saber si alguna vez la gente volvería a perder la imaginación. Y la segunda era que tenía que poner rumbo a los Mares del Oro y enfrentar todos aquellos temibles desafíos para cumplir con su contrato. Pero no desfalleció, al contrario, sonrió, miró al horizonte y se dispuso a partir.

El arte es de: JUDITH BALLESTER

Y podéis encontrar más en: https://www.facebook.com/JudithBallester.Art?fref=ts

También podéis leer un relato diferente pero con la misma ilustración en: https://relatosilustrados.wordpress.com/2014/09/04/mapas-de-recuerdos/

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