
Una asesina moría, a las orillas de un río cualquiera en un pueblo como tantos otros. Miraba al cielo nocturno, mientras se le escapaba la vida por una puñalada en el costado, y debatía consigo misma sobre si se trataba de un momento digno de llorar o no. Respiraba con dificultad, en bocanadas cortas y rápidas, alumbrada por la luna más enorme que había visto en su vida. Parecía un final digno, pero se resistía a marcharse con las pocas fuerzas que le quedaban. Era instintivo.
Entre tanto, una bruja vagaba sin rumbo por las calles de siempre, en el pueblo que la había visto nacer, morir y nacer otra vez. Arrastraba sus pequeños pies por el puente de piedra que atravesaba la plaza, embriagada por el golpeteo del bastón de madera que la seguía. Le gustaba el eco en el silencio, también la oscuridad, aunque esa noche la luna pareciese observarla de cerca.
De no ser por aquella luz tan inusual jamás se habrían encontrado. Aquella bruja tan bajita, ensimismada y divagante, nunca se habría dado cuenta de que en la orilla del río alguien tenía una crisis existencial con cada vez menos existencia. No se habría planteado si acercarse o pasar de largo y, desde luego, no se habría agachado junto a la asesina para mirarla de cerca. “Fuego, por favor”, dijo la bruja. Y el bastón fue antorcha para ella. Sus ojos se encontraron y al colocar la bruja su mano sobre la frente de la sicaria supo quién era ella y qué le sucedía.
– Te estás muriendo. No puedo hacer nada – sentenció una.
– Lo sé – contestó la otra.
Después la bruja decidió quedarse, puede que por empatía, por soledad o por ambas. Sin decir nada, se levantó la capucha de la capa y se dejó caer sobre la hierba. La asesina se dio cuenta entonces de con quién hablaba. Su visión borrosa consiguió enfocar cuernos y garras, unidas a fina piel cubierta de runas. Era una bruja de pactos. A juzgar por el tamaño de sus cuernos, bastante joven para ser una criatura de leyenda.
– ¿Qué hace una bruja de pactos como tú en un pueblucho como este?
– ¿Cómo sabes que es un pueblucho?
– Lo huelo.
– Disfrutar de la austeridad, supongo – rio.
No había curiosidad en realidad, solo una inquietante necesidad de llenar el silencio con palabras. Aquel silencio que separaría la vida de la muerte en algún punto cercano. Y lo cierto era que la bruja tenía mucho que contar. Una historia de amor, de pérdida, de un pacto desesperado que no salió como se esperaba. Pero no a aquella moribunda, no parecía el momento.
– Entonces tú estás más muerta que yo – sentenció la asesina.
La espesa sangre de bruja pareció pararse dentro de sus venas por unos segundos. Un sudor frío le inundó la espalda y las sienes. Se quedó muy quieta intentando desaparecer, no se esperaba sentir el tacto de una piel casi desprovista de su calor sobre una de sus garras cubiertas de escamas.
– Déjame ayudarte – dijo la asesina. La bruja giró la cabeza y sus ojos volvieron a encontrarse.
– ¿Estarías dispuesta a que te salvase la vida a un precio muy alto? – contestó.
Relato de rakelmforero.