
Cinco minutos después de la hora acordada escuché el sonido del timbre. Eché un último vistazo al espejo, en un intento por convencerme de que no iba demasiado arreglada, aunque tampoco demasiado descuidada. Me quedé con la duda, pero ya no había tiempo para cambiar nada más. Salí de mi habitación y bajé a abrir la puerta. Vi que mi padre estaba en la sala de estar, parado junto al tocadiscos y con los ojos cerrados. Se balanceaba muy levemente al son de la música. Reconocí la sinfonía que sonaba: Mozart. Es algo que mi padre suele hacer cuando está nervioso. Pone su música y confía en que actúe como un bálsamo para su ánimo. Creo que el aprecio por la música es lo único que tenemos en común. Sin embargo, ver que necesitaba echar mano de ella para relajarse precisamente en un día como aquel provocó que se encendiera una pequeña luz roja en mi cabeza.
A pesar de que era la primera vez que iba a presentar formalmente a alguien a mis padres, no estaba preocupada por mí ni tampoco por Javi, sino por mi padre. No saber si Javi le iba a caer bien o mal era quizá mi única fuente de desasosiego. Ni siquiera mi madre me preocupaba. De hecho, se me adelantó y cuando llegué al recibidor ya había abierto ella. Estaba dedicándole un piropo tras otro a Javi, que sonreía complaciente. La verdad es que había venido muy elegante, como si se dispusiese a dar su primer concierto. Le di dos besos y lo invité a pasar. La comida ya estaba preparada, así que enseguida nos sentamos todos a la mesa. Preferí que fuese así para no tener que rellenar unos largos minutos de espera antes de que empezáramos a comer. Hubiesen resultado algo incómodos. Sobre todo para mí.
La comida transcurrió bien, en contra de mis temores. Mi padre estuvo comedido, aunque siempre marcando una distancia prudente. No detecté intención alguna de dificultar a Javi la situación, lo que hizo que me sintiera cada vez más aliviada. Cuando llegó el momento de poner fin a la agradable tarde, acompañé a Javi a la puerta y nos despedimos. Quedamos en vernos de nuevo pronto. Al volver a la sala, mi padre me estaba esperando y supe que no iba a poder evitar tener una pequeña charla con él.
—Bueno, ¿y qué te ha parecido? —me apresuré a decir, con la idea de terminar lo antes posible con aquel trámite.
—Dime una cosa, Laura, ¿este muchacho es un signo de aire? ¿Géminis? ¿O quizá Libra?
—Oh. Vamos, papá,. Y yo que sé. Ya sabes que no me importan esas cosas —respondí algo molesta, por saber ya de antemano por qué derroteros iba a discurrir todo aquello.
—Pues debería. Además, sabes que a mí sí. ¿Cuándo es su cumpleaños?
—El siete de Febrero —dije de mala gana.
—¡Acuario! Ya decía yo que tenía que ser de aire. Se le notaba bastante. Ese tipo de cosas no se pueden disimular… —concluyó mi padre.
—¿Pero se puede saber de qué estás hablando, Papá?
—Pues de que no es un buen compañero para ti, evidentemente.
—¿Qué? —acerté únicamente a decir.
—No me gustan los Acuario. O son demasiado ensimismados, o demasiado frívolos. Son muy poco emocionales, suelen tener la cabeza en otra parte. No es gente capaz de centrarse en la realidad que tienen ante sí. Y la mayoría —añadió con énfasis— rehúye el compromiso.
—Pero si ni siquiera lo conoces, ¿cómo puedes juzgarlo así? —argumenté, intentado hacer patente lo obvio.
—Ni falta que hace. No es nada personal. Se trata de rasgos muy reconocibles. Míranos a tu madre y a mí. Tauro ella, Aries yo. Ella es estable y tranquila, y yo algo impulsivo a veces. Hemos conseguido complementarnos y no nos fue mal. Y creo que tú eres buena prueba de ello, ¿no? Una Leo como tú, creativa e independiente, no podría encontrar la felicidad junto a un Acuario anodino e insípido.
—Pues lo siento Papá, pero ya he invitado a Javi a que me acompañe a la boda de la prima Lorena.
—¿Que lo llevas a la boda? ¿Y presentarlo delante de toda la familia? Te estás equivocando hija, no es lo adecuado para ti.
—Pues hazte a la idea, porque lo llevaré te guste o no.
—Si no se trata de lo que a mí me guste o me deje de gustar. Es lo que los astros dictaminan.
—Pues no haré caso de esas absurdas supersticiones —concluí tajante. Me sentía absurdamente acorralada.
—Supersticiones. ¿Eso es lo que crees que son, hija? ¿En qué crees entonces? ¿En el caos y la arbitrariedad, Laura? No se trata de supersticiones. Hay un orden y unas reglas por las que se rigen las cosas. Debe haberlo para que todo funcione. La música, por ejemplo, ¿por qué crees que al oír música percibimos los sonidos de forma tan armoniosa? Pues porque guardan entre sí una relación, siguen unas pautas que permiten que se genere algo con un sentido nítido. Cuando eso no sucede, solo nos queda ruido, el caos y la nada. Pues lo mismo ocurre con los astros y el cosmos. Nos revelan un orden, a través de pautas y patrones que tienen un significado. Y tener en cuenta todo ese conocimiento redunda en nuestro beneficio.
Escuché a mi padre como una hija respetuosa. Pero tenía claro que, por más que me lo explicase, jamás iba a estar de acuerdo con su manera de entender el mundo.
—Pues siento que mis decisiones no encajen en esos patrones tuyos. Igual es porque están equivocados, ¿no lo habías pensado? —dije en cuanto terminó de hablar. Y abandoné la estancia con un nudo en la garganta y sin intención de dar pie a más réplicas.
—Oh, vamos Laura. Sé razonable. Sabes que solo velo por tu bien —intentó justificarse mi padre. Pero yo ya iba camino de mi habitación y mi postura era inquebrantable.
Los días siguientes hubo un ambiente enrarecido en casa. Mi padre y yo no nos dirigíamos la palabra con frecuencia, y a veces mi madre tenía que mediar entre ambos. La verdad es que no era una situación agradable, pero desde luego no estaba dispuesta a renunciar a Javi para que todo se arreglase. Pasé días preguntándome si habría alguna manera de dar la vuelta a todo esto, hasta que caí en la cuenta de que la solución podría ser más fácil de lo que creía. Prácticamente había estado delante de mí todo el tiempo y ni me había percatado. Tuve que pedirle a Javi, eso sí, un gran favor. Al principio pensó que le pedía demasiado. Posiblemente tuviese razón, pero supe insistir de forma muy convincente, y al final no pudo negarse.
Para llevar a cabo mi plan necesité también de la complicidad de mi prima Lorena. El día de su boda hubo una actuación sorpresa durante la ceremonia. Javi y otros tres compañeros suyos del conservatorio interpretaron en directo un tema clásico con instrumentos de cuerda y viento. Javi era el violín. Fue un momento muy emocionante y a la gente le encantó. Todo el mundo aplaudió la actuación excepto mi padre, a quien la intervención cogió completamente por sorpresa, tal como yo pretendía. Mientras escuchaba la música pude ver como su rostro tenía una relajada expresión de asombro. Después, en uno de los corrillos que se formaron durante el aperitivo previo a la cena, oí que decía algo así como que le parecía insólito que un Acuario pudiese haber focalizado su actitud de forma tan exitosa y en algo tan meritorio como tocar el violín. Y eso, viniendo de mi padre, puede considerarse un indicio inequívoco de aceptación. Yo creo que es la prueba de que pequeñas acciones terrenales pueden influir más que esas inciertas fuerzas cósmicas que tanto atraen su atención. Pero nunca le diré algo así. Jamás me daría la razón.