Biodegradable


La ilustración es de Alba Quilez

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“El destino, al parecer no está carente de cierta ironía. El cuerpo humano genera más bioelectricidad que una pila de ciento veinte voltios y más de veinticinco mil julios de calor corporal. Combinado con una forma de fusión, las máquinas habían encontrado toda la energía que podían necesitar. Existen campos, Neo interminables campos donde los seres humanos ya no nacemos. Se nos cultiva.”


Las gotas del suplemento alimenticio caían lentamente sobre el compost. Las luces fluorescentes parpadeaban a intervalos regulares y el sonido del refrigerador le estaba sacando de sus casillas. Terminó de arrancar las hojas que estaban empezando a flaquear y salió de allí.

Tras la ducha de vapor desinfectante anduvo por un estrecho pasillo hasta el comedor. Comprobó las raciones e hizo un calculo rápido de calorías, días y número de personas. Hacía esta comprobación cada semana lo cual resultaba bastante ridículo porque las raciones no se iban a multiplicar, pero no tenía otra opción. Le servía para mantener la calma y una idea de control. Las habitaciones seguían igual, suficientes mantas y mudas limpias. Bajo la cama había un pequeño botiquín y una ración de emergencia. Había también un pequeño armario junto a la puerta con el equipo especializado por si ocurría lo peor, aunque seguía pensando que servía más como un efecto placebo de seguridad que como algo realmente útil.

Siguió recorriendo ese pasillo estrecho hasta que se encontró con una escalera que bifurcaba el camino hacía arriba o hacía abajo. Siguiendo el protocolo debería bajar, pero seguía sintiendo miedo y prefería dejarlo para el final. Subió casi de manera automática.

Las luces se encendieron de manera automática y el sonido de la aceleración de las bobinas le indicaban que todo estaba en orden. Los botones del panel de control eras más bien escasos, solo servían para momentos de extrema necesidad, incluidas las palancas y pedales. Aunque ese piloto parpadeando… eso no debería estar parpadeando. Se acercó a mirar el origen del problema y, por supuesto, tenía que venir de la parte de abajo. No le quedaba escapatoria.

Bajó con engañosa confianza. La sala no tenía luces, al menos hasta llegar a la parte de la maquinaria de combustión y levas magnéticas. En la perpetua penumbra, una luz como la del piloto de la zona de mando parpadeaba, iluminando toda la sala como un faro. Precisamente señalaban al corazón de su mayor terror en ese sótano. Se acercó despacio.

Su cuerpo en estasis había fallecido. Se abrió el compartimento estanco de manera teatral y miró su rostro sin atreverse a tocarlo. Acababa de morir el último humano natural de todo el universo.  Sintió que debería llorar, pero su cuerpo mecánico no venía equipado con tales sandeces superfluas.

Ojalá llegaran pronto a un lugar habitable, ojalá la cosecha llegue a buen término esta vez, ojalá las raciones fueran suficientes, ojalá no fuera necesario el equipo especializado, ojalá no impacte el polvo microscópico de los cinturones de asteroides… ojalá pudiera llorar.

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