Por mi lado izquierdo escucho portugués,
francés intuyo desde mi derecha,
imposible para cualquiera entrever
este sordo combate en mi cabeza.
Bajo el subsuelo viajan vagones
que transportan un collage masivo:
diversos tonos, dispares colores
que decoran parte de mi camino.
Cuando la ruta subterránea muere,
el embrión de los itinerarios
estalla en decenas de partículas
que persiguen rumbos insospechados.
Descubro el conjunto por vez primera.
Deambulo, reconozco las piezas.
Me aventuro, sin final decidido,
adonde me conduzcan las piernas.
Podría pensar que estoy perdido,
pero no acertaría demasiado;
al instante, el terreno pisado
se convierte en terreno conquistado.
La música y la luz visten la ciudad,
en bellos rincones inesperados
con inextricable simultaneidad
tienen lugar actos improvisados.
Hay quien fotografía el escenario,
quien avanza sin elevar la vista,
quien baila un swing armónico y enigmático,
quien toma el mismo vagón cada día.
Mañana abandonaré la gran urbe,
llega a término mi fugaz visita
sin saber si algo dejo o algo me llevo
de esta misteriosa metrotopía.
La ilustración es de Ana Varela, a quién podéis seguir en su blog, o en sus perfiles de Behance, Facebook, o Domestika.