Uno no puede tener todo lo que quiere
y quizá pueda contar solo con lo que tiene.
Cuando el día alcanza su final indefectible,
tras haber hecho un esfuerzo considerable,
puede que pienses que el tiempo invertido
no ha revertido en sentido positivo.

Pero quizá tengas una guitarra,
y para cogerla no necesites más motivo
que estimular tu tacto, liberar tu oído
aislándote del molesto ruido,
cegar tu vista a toda distracción,
y dejar que fluya tu pasión
para escuchar cómo suena
el eco de tus adentros,
esa melodía amena
que guía tus momentos.
El sonido de una cuerda gruesa es un lamento,
el punteo de una cuerda fina tiene ciencia,
y la sucesión de tonos de un arpegio
es el conjunto que registra tu esencia.
Solo es tuyo el privilegio
de decidir qué sintonía te acompaña,
de la que nadie ose hacer reproche,
desde el primer rasgueo en la mañana
hasta el último acorde en la noche.

O puede que no tengas ninguna guitarra
y carezcas de la habilidad del músico,
pero así y todo tienes un modo único
de incorporar a tu fuero interno
la variada sonoridad que se extiende
desde el Olimpo hasta el averno.
Nadie mejor que tú comprende
el arte que te emana de dentro.
Si tu existencia parece un sismo sin epicentro
has de localizar el origen en tus entrañas.
En la intercalación de valles y montañas,
en la alternancia de luces y sombras,
cualquiera que sea la distancia que recorras,
cualquiera el paisaje que se divise en lontananza,
el desafío consiste en ganar la confianza
para encontrar el compás que encaje a tu danza.

Solo tuya es la potestad
de cambiar a donde el camino te dirige.
Si el horizonte amenaza tempestad
y la tenebrosa perspectiva te aflige,
no dudes en proteger tu verdad,
desde la aurora del primer día
hasta el fin de tu propia cosmogonía.

La ilustración es obra de Sebas Martín, a quien podéis seguir en su web, o en Instagram.