Snif snif ñam ñam. Muevo muevo bigote bigote. Snif snif. Ñam ñam. Huele rico huele delicioso. Yo hambre yo comida. Por aquí. Dulce y agrio por aquí. Duele en la barriga. Miedo. No hay sombras de pájaros.
Miedo y dolor en la barriga. Snif snif ñam ñam. Mis patitas empiezan a rascar el asfalto. El sol en la espalda es dulce, pero no tanto como la flor que se abre dentro de mi cabeza, bajo el pelo y la piel, cuando respiro el olorcillo. Pierdo el rastro del olor; la flor se cierra. Recupero el sendero oloroso de nuevo y los estambres vibran y asoman como agujas en un acerico electrificado. El dolor en la barriga desaparece un poco, ¿no? En realidad sigue estando ahí pero se desenfoca. La flor solo abraza una cosa por vez con sus pétalos. Por el rabillo del ojo pasan las siluetas acuosas de los edificios. No hay sombras de pájaros ni ruidos. Tras el atardecer saldrán a gritar y a dar vueltas pero ahora duermen. Se esconden en las rendijas. En las casas vacías duermen amontonados, dentro, colgados de las paredes, debajo de las camas, en los armarios rotos, en los muebles de la cocina, en los de la ducha, en todos los hornos a los que se les había caído la puerta y en los huecos de los cajones abiertos; esos son sus favoritos. Esto pasa aquí, en el vertedero. Pero aquí no queda olorcillo. Sólo pájaros negros y ratas asquerosas. Y todos intentando comerse entre ellos. Por eso miro de reojo y aunque me encanta la sensación del sol en la espalda, en mi pelaje bonito, muevo mis patitas rápido rápido hasta la boca de la tubería, y me hago tragar por ella. Snif snif ñam ñam. Cuando salga ya no habrá sol fuera.
Snif snif. Ñam ñam. La tubería es laaaaarga y oscura, incluso para mí. Incluso para ojos de rata asquerosa. Eso me lo llamaron una vez, rata asquerosa. Yo no estoy segura de ser una rata, he visto a las ratas muevo muevo bigote bigote ahí fuera en el vertedero y también en la ciudad. Cada vez hay más ratas y menos comida. Y también hay más gatos. Pero ellos no se acercan al vertedero porque en la ciudad tienen comida en lata y comida con patas. Lo que no he visto nunca allí son latas con patas.
Por aquí… Dulce y agrio por aquí… Duele en la barriga… Miedo. Intuyo la salida de la tubería ahí delante. Un contorno difuso y palpitante con un ligero tono azulado, como si hubiesen apagado la Luna. Tal vez un día en la ciudad apaguen todo y sea como el vertedero. Tal vez eso pasará también en la luna. Snif snif. Ñam ñam. Huele rico. Otra vez el miedo queda sepultado por los pétalos cegadores, del tamaño de hojas de palmera esta vez, y tenso todo el cuerpo. El pelaje se despereza a lo largo de la espalda y las patas, antes de saltar. Pero hay un cambio. Eso me paraliza.
El círculo de tubería se empieza a iluminar, despacio. Eso hace que mis ojos se abran mucho mucho. Las formas son traídas por la marea luminosa en lentas oleadas, hasta hacerse reconocibles. Cubo de basura. Contenedor de basura. Basura oscura. Bordillo. Acera. Alcantarilla. Ladrillo. Edificio sin pájaros. Los guijarros del asfalto proyectan una sombra azul, en miniatura, cada vez más definida. El coche llega al extremo de la curva y los faros deslizan un destello blando que barre el callejón. La florecilla se hace diminuta en mi cabeza. Dos puntitos reflectantes se prenden dentro de la tubería. Duele en la barriga. Snif snif. Ojos. Hay un gato dentro.
Ilustración «La Fura Del Baus» del inquieto Pablozeta (con quién también te toparás en su Facebook).