Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa,
huye, y no se repite.
Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés,
que el problema es sólo saberla vivir.
Que cada uno resuelva como pueda”.
Frida Kahlo
Te lo debo todo.
Te quiero. He exprimido hasta el exceso mi capacidad de amar. Soñé tus caricias las noches de ausencias, disfruté tus debidas atenciones y agradecí siempre la honesta sinceridad de tus actos. Colmé de dicha cada esquina de nuestra casa y me callé las incertidumbres cuando era mi piel la que estaba en juego.
Quedan vestigios de huesos ancestrales y cáscaras de naranja que colman la montaña de mis recuerdos. Aunque la arqueología de sentimientos nunca fue tu especialidad y al final te marchaste armando un Tiberio. Olvido pronto, cariño, y mis palabras guardan ese estado suspendido de lo efímero a la nostalgia, para que mi pasión florezca en cada río, en cada piedra que vino a tropezarse a mi camino. Eres, fuiste, el engranaje perfecto de lo que soy, la luz y la tormenta, el amor de mi vida. También el perdedor de dos flechas que buscaron el mismo destino, el equivocado, y sembraron rosas, silvestres bestias que llaman a la sangre, sobre el cráneo desnudo a la intemperie que ahora adornan, con cierto decoro, mis cabellos como trofeos de un día de caza.
Lucirá en mi epitafio algo así como –Yo soy la Musa, la Madre, la dadora de luz, la intermitente secuencia de tus actos, el mar, vengo de la noche, soplo nubes de tormenta, trazos de acuarela donde nadie se ha venido a fijar, un corazón que se desmorona, un poco, cada día. Soy Puta. Soy Reina. Soy tormento. Soy las finas hebras de un sortilegio para amores desestructurados.
Pero no te equivoques. No soy una Santa. Ya me arrastré lo suficiente por el barro, llorando mares y recitando trozos de poetas malditos, O douleur! ô douleur! Le Temps mange la vie, por callejones de olvido y mugre donde los pensamientos recurrentes vienen juntos a danzar una fragancia de hierba recién cortada, pescado fresco y quitaesmaltes, una mezcolanza a medio camino entre el miedo y la dulce muerte.
No escribo esta carta sin acuse de recibo, pero lo hago para que seas consciente de la debacle que ha hecho tu amor en mis heridas, desgastadas por el mal tiempo y la cólera. ¿Quién dice que sólo sufre el que es dejado? ¿Quién le pidió a Cupido, maldito carroñero del amor, que intentara hacer blanco dos veces en el mismo corazón? Acaso debe ser más feliz el que se llena los bolsillos con estas vicisitudes que quién lo padece y siembra rosas allá, sobre los cráneos de sus víctimas que otrora fueran verdugos o veranos.
No me dirijo a ti, eterna sombra de mis actos. Padre de mis deseos, sumisión y distancia, ajeno a los pájaros azules de mi felicidad, a mi ruido de dados tras las tablas que han dejado mi orilla seca, el sueño infértil, el horizonte convertido en dos colores y un suspiro. Caminábamos irrevocablemente hacia una monótona existencia ajena a mis fuegos de artificio y mis dibujos hechos sobre el vaho de un vagón de tren.
Por desgracia te debo los versos que surgían en los vendavales del amor y tu habitación sombría donde jugabas a la alquimia y la cábala, a buscar la inmortalidad de tu alma que olvidaste compartir mientras tomábamos el té. No fuiste más que palabras cálidas para un día de lluvia, un terceto encadenado a una estaca como un lebrel que no supo ladrar el día que me marché.
Es posible que leas esta carta, como habrás leído las anteriores, escritas para perecer hechas ceniza dentro de una urna de cristal llena de huesos y rosas. Aún te guardo una bonita puñalada. Llegados a este punto escribo por salvarme, por reflotar mi amor por ti, y no dejarlo echar raíces negras en lo más angosto de mi pecho. Ya he dejado, al fin, de intentar adivinar el enjambre de tus pensamientos, maldito poeta, enajenada como estoy por tus palabras que hablan a través de mí, mientras permaneces sentado en la penumbra de tu escritorio. Bastante duro es vivir una existencia ficticia anclada a un papel que me estás obligando a desempeñar, mientras eres tú el que escribe esta carta que sirve de bálsamo a tu drama en el que yo siempre soy la mala, la que un buen día decidió usar la llave que enterrabas en el arriate de las rosas, abrir la puerta de tus miedos, recorrer el pasillo hasta tu espalda inclinada sobre esta frase aguantando estoicamente para recibir la mortal estocada que te haría libre.
No voy a perdonarte esto, inmutable monstruo centrípeto, ni voy a servir de redención para que vuelvas a hacer de mí un látigo más del lupanar del que sacas tus historias. Si quieres reunirte conmigo tendrás que venir a arrancarme tu mismo el puñal de entre los dientes, a visitar mi pequeño infierno florido.
Mis palabras, escritas por ti suenan más a calamidad.
Esta maravilla de ilustración es de Abi Castillo.
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