Los payasos terminan su actuación con un sifón de agua, los niños se agitan alocadamente y los adultos ríen. ¡Bienvenidos al circo!
Todos son felices en el circo.
En el centro de la pista queda un único hombre, minúsculo bajo la gran carpa, con un látigo en su mano derecha. Todos rompen a aplaudir. El domador de bestias se toma su tiempo y saborea la fama. Levanta sus manos al cielo, redoble de tambor y se abre la pequeña portezuela de la jaula situada junto a la orquesta. Se hace el silencio cuando el hombre presenta al rey de la selva.
El gran león aparece en la pista y se queda quieto a escasos dos metros del domador. Tras él dos leones jóvenes menos atrevidos observan la escena. El público está expectante.
El gran león abre sus fauces y levanta una de sus zarpas ante el domador mientras los otros dos permanecen acobardados. El rugido del animal hace gritar a varios espectadores. Pero no hay nada que temer. El hombre, ese minúsculo hombre con un látigo controla a los tres felinos como un dios omnipotente. ¡Un, dos, tres! y un chasquido de látigo hace subir a los tres animales en unos estrechos cubos de colores. Con el miedo en sus rostros quedan inmóviles con la mirada fija en el látigo. El domador se acerca al gran león y levanta un dedo ante él. El león orgulloso humilla su frente y baja la mirada.
Todos los espectadores comienzan a aplaudir, los niños se levantan excitados de sus asientos y señalan con el dedo el gesto de la bestia mientras se ríen de ella. Todos comentan, qué hombre tan valiente.
El domador hace girar teatralmente su cuerpo para poder ser visto por todos los presentes. Sin duda él es el protagonista de la noche y debe disfrutarlo. Los aplausos se prolongan un minuto más hasta que suena de nuevo un redoble de tambores. El valiente domador hace callar al público y, con dos palmadas, manda abrir la puerta de la segunda jaula.
La imponente leona entra en la pista y se dirige hacia el hombre que está solo. Sus garras hoyan la tierra lentamente mientras rodea al domador. Ambos se miran desafiantes cuando un golpe de látigo hace retroceder a la bestia. Los niños aprietan sus puños nerviosos. La leona recupera la compostura mientras el domador le da la espalda. Clava los ojos en su cuello y entreabre la boca. Conoce perfectamente a ese hombre y lleva tiempo queriendo saldar cuentas con él. Tensa sus músculos y aprieta las garras en el suelo. Golpe de látigo y la bestia no deja de mirar al domador. Otro golpe más y se refuerza su determinación. El domador la mira con desdén. Uno, dos, tres y debería saltar sobre él. Uno, dos, tres y debería despedazarlo allí mismo…
…uno, dos, tres y la leona ve a su familia de pie sobre los estrechos cubos de colores. El pelaje sucio de sus hijos, sus huesos marcados por el hambre y los golpes. Los ojos humillados de su león están teñidos por lágrimas. Ninguno de los dos podrá defender a nadie nunca más.
La leona baja su rostro y se dirije a su estrecho cubo de colores. De camino sólo levanta la mirada para ver a los niños que aplauden, ebrios de felicidad.
Todos son felices en el circo.
La ilustración titulada Circo Animal es obra de Patricia Espejo a quien podéis seguir también aquí.