Yuri despertaba sentimientos encontrados entre sus vecinos. De entrada caía simpático. Era alguien sonriente y amable. Incluso podría decirse que destilaba cierto carisma. Pero cuando recordaban que había sido el ganador de cuatro de las últimas cinco rifas de navidad, no podían evitar sentir algo de envidia. Todos coincidían en que Yuri era el vecino más afortunado del pueblo. Los vegetales que crecían en el huerto de Yuri eran los mejores. Sus vacas daban la leche más sabrosa, y sus ovejas la lana más resistente. Su casa era la única del pueblo que recibía luz solar por la mañana y también por la tarde. Y por supuesto, tenía unas vistas magníficas.
Yuri era feliz. ¿Quién no lo sería disfrutando de un idilio tan provechoso con la Diosa Fortuna? Pero, en contra de lo que creían los demás, Yuri tenía claro que su suerte no le había llovido del cielo. Era algo que tenía que trabajarse cada día. Su primer pensamiento al despertarse cada mañana era acordarse de pisar en primer lugar con el pie derecho al bajar de la cama. Antes de salir a la calle tocaba el marco de madera de la puerta. Para Yuri, la suerte requería rigor y disciplina. Era algo que había que buscar sin descanso. No podía uno ir despistado por la vida, creyendo que las cosas tienen que salir bien porque sí, sin prestar atención a las señales que conducen al infortunio. Por ejemplo, Yuri nunca hubiese aceptado vivir en el número trece de su calle. El anterior inquilino del número trece, el señor Laurencio, había fallecido hacía casi un año por una enfermedad que le sobrevino de repente. Yuri sintió pena por la muerte de su vecino, pero no le sorprendió. A veces se dan situaciones fatídicas, maldecidas por los hados, cuyo funesto desenlace resulta muy difícil de evitar.
Ahora, un nuevo vecino iba a instalarse en el número trece. Su nombre era Macario y había decidido mudarse al campo después de haber trabajado muchos años como maestro de escuela. Buscaba nuevos estímulos que espoleasen su dinámico espíritu. Los vecinos hicieron una fiesta de bienvenida en la plaza mayor. Agasajaron a Macario con diversos víveres, herramientas e incluso algún animal. Yuri le regaló una pata de conejo como amuleto de buena suerte. Sentía que era lo mejor que podía hacer por su nuevo vecino.
Meses después, todo el pueblo acudió a la feria de la cosecha. El puesto de Yuri era el que más atención solía recibir. Sus productos eran los más deseados de la feria año tras año. Pero en esta ocasión las cosas no ocurrieron de igual manera. Macario sorprendió a todo el mundo y, pese a tratarse de su primera participación en la feria, consiguió que su puesto fuese el más visitado. Además, y como muestra de agradecimiento por la amable acogida que sus vecinos le habían brindado, Macario invitó a quienquiera que estuviese interesado en conocer el secreto de su éxito a asistir a una conferencia que él mismo iba a impartir.
La reunión se celebraba en la propia casa de Macario, y Yuri acudió receloso a la cita. No le hacía ninguna gracia tener que pisar una casa número trece. Pero esta vez su curiosidad se estaba imponiendo a su habitual prudencia. Suponía que la pata de conejo había atraído mucha fortuna a Macario, pero le sorprendía que un único amuleto hubiese podido influir tanto en tan poco tiempo. Cualquiera que fuese el secreto de Macario, debía encontrarse en el interior de la casa. Era una tarde lluviosa. Macario recibía con hospitalidad a sus invitados y los iba acomodando en su gran salón. Yuri se había situado discretamente en un lugar retirado, cercano a la salida. Su presencia en esa casa le provocaba una impaciencia irrefrenable, que contrastaba con la distensión y alborozo de los demás asistentes. Poco a poco, el bullicio fue dejando paso a un silencio expectante.
Al fin, Macario comenzó su charla. Hablaba acerca de innovadores fertilizantes, prácticas de agricultura foránea, y otras cosas que había escrito en un libro suyo con el que quería obsequiar a todos los presentes. Yuri aprovechó la distracción general para deslizarse silenciosamente hacia el pasillo. Estaba convencido de que Macario guardaba poderosos amuletos en algún lugar de la casa. Entró en el cuarto de baño y vio que el espejo estaba quebrado. En la cocina descubrió sal derramada. En el despacho, abrió uno de los armarios y un gato negro saltó nervioso desde el interior. Horrorizado, Yuri recorría la casa encontrando un signo de mal agüero tras otro. En el piso superior, sin embargo, se fijó en una herradura que pendía sobre una de las puertas. La descolgó y tuvo la impresión de que se trataba de un formidable amuleto. Estaba claro que la buena ventura de Macario provenía de ese objeto. A Yuri le pareció que su vecino no había actuado con total honradez aceptando la pata de conejo cuando ya disponía de un amuleto propio. Así que decidió quedarse con la herradura para equilibrar un poco las cosas.
No había motivo para que Yuri prolongase más su estancia en esa casa. Cada segundo que pasaba allí dentro incrementaba peligrosamente su exposición al mal fario. Satisfecho por el hallazgo realizado, se dirigió raudo a la salida. Pero cuando se asomó a las escaleras que bajaban al recibidor, vio que Macario comenzaba a subirlas. Rápidamente, retrocedió y buscó un lugar dónde ocultarse. Las escaleras que conducían al desván le parecieron la mejor alternativa. Yuri entró apresuradamente en el desván y pegó la oreja a la portezuela. El sonido de la lluvia sobre el tejado era atronador. Afuera el día se había puesto muy feo. Yuri percibió que el sonido de los pasos de Macario se hacía más y más próximo cada vez. Se alejó de la puerta, pero tropezó con algo que lo hizo caer al suelo. La luz que entraba por una pequeña buhardilla desde el otro lado del desván le permitió ver que se trataba de una caja llena de libros; de muchas copias del mismo libro en realidad. Un libro que llevaba el nombre de Macario en la portada. Yuri se incorporó y atravesó corriendo el desván. Había cajas con libros por todas partes. A través de la buhardilla, Yuri salió al exterior y se encaramó a la parte más elevada del tejado de la casa.
La tormenta arreciaba y se había puesto verdaderamente violenta. Yuri miró la herradura y pensó que ahora ya solo tendría que esperar a que su influjo comenzase a hacerse perceptible. Últimamente la suerte no le había favorecido demasiado. Pero ese nuevo talismán prometía atraerle la mejor de las suertes para el futuro. En ese momento, sin embargo, lo único que atrajo fue un relámpago. La descarga resquebrajó el aire con un estruendo ensordecedor, atravesó el cuerpo de Yuri y el impacto lo lanzó varios metros por el aire. Varios vecinos salieron de la casa asustados y descubrieron el cuerpo humeante de Yuri tendido en el jardín. Lo recogieron entre varios y lo llevaron con urgencia a la casa del médico.
Muchos vecinos pensaron que Yuri se había muerto. Al menos eso es lo que se espera de alguien que es alcanzado por un rayo. Pero con Yuri las cosas no sucedieron de igual manera. Tras una larga convalecencia, Yuri sobrevivió. Se había quedado sordo, parcialmente ciego, había perdido la sensibilidad en el lado izquierdo del cuerpo, tenía varios huesos rotos y muchas quemaduras. Los vecinos se alegraron de que Yuri no hubiese muerto, pero no les sorprendió. Después de todo, Yuri era muy afortunado.
La ilustración es de Alberto García Ariza, a quien podéis seguir en Facebook.