Los ángulos de aquel lugar conformaban un espacio frío, ausente y distante. Todo formaba parte de la idea de darle el aspecto de emplazamiento atemporal. Si recorrías los pasillos finamente enlucidos, tenías la sensación de caminar por el puro blanco…sin la intención de llegar a alguna parte. Los sentidos se comandaban bajo mínimos con la firme intención de no entrometerse en los placeres de embeberse en la mente.
En esos placeres se encontraba un otrora mendigo de mendrugo, embebiéndose y emborrachándose de paso. Sus sucias ropas embarraban las límpidas estancias, como una mancha de carbón en la tersa piel de un cachorro de humano. Entorna los ojos, ahuecado en la nívea habitación y comete la estupidez de que la tenue canción que suena en su cabeza, suene en la estancia sin mácula también. La vida se compone de pequeños retazos, pedazos, flechazos, tortazos… y entre esa sarta de cosas sin importancias, recordaba esa maldita canción.
Se recuerda lozano y curioso, vestido de manera humilde pero ordenada, abriendo la caja donde esconde palabras premeditadas en cartas sin responder. Visto cómo lo ve ahora, puede percibir un pequeño guiño arrimado a su hombro, una figura desdibujada que se dibuja poco a poco, aunque solo dura un escaso segundo antes de volverse incierta. Rebobina la canción en su mente y vuelve a vivir ese momento, de nuevo el guiño y consigue congelar ese instante.
Nunca la imaginó así. Creía que era mayor que él, quizá un poco menos delicada… Viendo ese instante congelado le vino a la memoria el instante en el que se enamoró de ella. Fue en la cuarta carta que le hacía llegar, donde le hablaba del valle donde vivía y del latido de la vida. Le decía que podía mantenerse quieta y ver como todo respiraba al unísono y sentirse parte de ello.
Las cartas siguieron llegando aunque él dejó de responderlas, las fue guardando en esa pequeña caja musical sin abrirlas y sin motivo aparente. Él se había casado en parte por la presión de su padre y en parte por derrotismo rampante. No entraban, en los planes preestablecidos, la felicidad o el poco cuantificable amor. Valía más tener en cuenta los valores bursátiles y la muy lucrativa relación con la familia política.
Esa mañana se levantó con la garganta cerrada y una sequedad extraña, no le dio importancia cuando subió al carromato de camino a la ciudad pero hacia la hora de comer, se sintió desfallecer. Volvió a la seguridad de su hogar y sus pasos le condujeron, sin orden alguna, hacia la biblioteca. Abrió cajones, removió montones de libros hasta que la vio en la vitrina. Abre la caja llena de cartas y la tenue música ondea cada resquicio. Siente como cada libro en su biblioteca vibra, deseando ser absorbidos por absortos ojos. Como la madera cruje, recordando sus altivos aspectos en el frondoso bosque. Como los cristales arrullan como la arena de la playa donde permanecieron tanto tiempo. Pudo ver como todo respiraba al unísono y se sentía parte de ello. Fue la despedida de alguien al que él había despreciado.
En la sala impoluta, el indigente de chusco, oye abrirse las puertas sin ruido alguno. No la imaginaba así, quizá algo mayor que él, quizá un poco menos delicada… al final de su vida, con quererla le bastaba.