Yo, junto con miles más iguales que yo, representamos el mal y traemos el dolor a este mundo. Dejamos nuestra huella invisible en todo cuanto nos toca y lo precipitamos sin remedio en la perdición y el olvido.
Arrasamos allí por donde pasamos, dejando tras de nosotros sólo el recuerdo de cuanto fue, recuerdo vacuo que se desdibuja a nuestro paso y que finalmente, como todo, cae con nosotros en el remolino del tiempo.
Sumimos las mentes de los conscientes en la locura al comprender que nada pueden hacer. Y sin embargo, seguimos adelante, sin sopesar el daño que causamos, como inconscientes piezas de un reloj, que no hacen más que marcar la hora en que llegará el final.
No lo hemos pedido, y ni siquiera lo queremos, pero hemos nacido para ello. Para el avance tremendo y voraz de la civilización y el progreso, para dejar sitio a las nuevas generaciones y de nuevo, llegado el momento, para sesgar su cuello.
Somos miles, millones, granos de arena perdidos que se precipitan sin cuidado, dejando una yerma estela de desolación.
Somos, tierra movediza que se desdibuja bajo nuestros pies.
Somos las arenas del tiempo.
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En este caso se trata de un dibujo de cosecha propia y de un brevísimo texto que nace a modo de experimento.