El mar tiene algo que llama a sumergirse y dejarse llevar. El sonido del agua contra los oídos hace que todo lo demás parezca lejano. El cuerpo se vuelve liviano, la piel resbaladiza, los labios saben a sal. A merced de las olas, lo mundano tiene un poco menos de sentido, se vuelve menos urgente, más banal. Los huesos no duelen y las heridas sanan. El agua limpia la cabeza de ideas polvorientas y la llena de colores de arrecife y cantos de ballena. Me gusta sentir mi cuerpo, tan frágil, flotando a merced de las olas. Podría engullirme sin dejar ni rastro, pero me entrego a él y me dejo llevar, como una grulla de Origami que se da al caprichoso viento sin importarle dónde la llevará ni dónde la dejará caer. Me siento como una Nereida, cómoda y desenvuelta en mi propio reino grande y misterioso. Aquí estoy a salvo, me digo, aquí estoy a salvo. Y mientras floto en mi apacible inconsciencia, mis sueños olvidan que son de piedra, y disfrutan también de la ingravidez en el agua salada. Los lanzo al viento sobre alas de papel, los acompaño con mi risa, y al verlos volar no parecen tan absurdos después de todo. Pero a lo lejos hay nubes de tormenta, y sé que lloverá, siempre llueve al final, y los gruesos goterones empaparán a mis sueños alados, los derribarán y desharán. Tendré que salir del mar y volver a notar el peso de mi cuerpo, andar sobre roca viva con los pies descalzos. El viento traicionero mordisqueará mi piel helada, y sólo querré volver al agua y esconderme para no salir jamás. Y sin embargo me aventuro hacia la orilla y me derramo en un suelo gélido y hostil. Tengo tanto miedo que creo ahogarme en él… ahogarme sin agua, qué estupidez. Esto no puede durar eternamente, y sé que al otro lado hay un rayo de sol que me espera. Si no voy a buscarlo, él no me va a encontrar. Miro al cielo desafiante. Yo también tengo alas, y las mías no son de papel.

Arte de: Susana.

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