El Juramento

El Juramento - Soldado Espectral by dsotostudio

El otro lado no era como el guerrero lo había imaginado. Cuando su cuerpo, herido de muerte y extenuado, se desplomó entre los juncos, pensó en el Paraíso, en la felicidad eterna tan anhelada que le habían prometido cuando tomó las armas por su rey. Mientras su vista se iba nublando, no tuvo miedo. Rezó por su esposa y por su hija, les dedicó unas palabras de amor, por si de algún modo ellas podían escucharlas.
La tierra aledaña al río estaba regada de cadáveres de batallas recientes y ya pasadas. Algunos de los cuerpos aún sostenían la espada con una tenacidad que sólo puede pertenecer a los muertos. Otros eran restos dejados por los animales salvajes y los ladrones, huesos decolorados por el sol, resquebrajados y apenas discernibles. El soldado dedicó una breve oración a sus hermanos, a los que pronto vería al otro lado.
Notó cómo se le escapaba la vida, como si ascendiese, dejando atrás el dolor. Cerró los ojos y se elevó, y se imaginó a sí mismo como uno de aquellos ángeles bañados en luz que, capturado en la eterna inmovilidad de un cuadro, era recibido en el reino de los cielos.
Pero pronto notó que algo iba mal. Ya no le dolía el cuerpo, pero lo sentía intensamente presente, como una crisálida férrea que le envolvía, encerrando a su alma y evitando que se desplegase y se uniese al viento. Notaba sus pies firmemente plantados en el suelo, el peso de una lanza en su mano, la armadura sobre sus hombros… abrió los ojos. El paisaje parecía sumido en una neblina opaca que apenas dejaba adivinar los colores de la vegetación. Lo único que parecía nítido era la figura de un soldado ante él. Solo que no era un soldado. Hacía tiempo que había dejado de serlo.
Sobre su osamenta totalmente despojada de vida sólo quedaba un tahalí ajado del que colgaba la vaina vacía de una espada. Sostenía una lanza tan negra como los huesos que componían aquel tétrico armazón. No tenía rostro visible pero, de alguna forma, él supo que le estaba mirando.
Retrocedió, aterrorizado ante la visión, y entonces vio el estandarte. Estaba clavado en el barro de la orilla del río, hecho jirones pero erguido, ondeando al viento resueltamente. Parecía estarle llamando. A su alrededor, innumerables figuras espectrales se levantaban del suelo, empuñaban sus armas y daban unos pasos vacilantes hacia la insignia. Él también notó el irresistible impulso de avanzar y, empuñando su lanza con fuerza, dio varios pasos vacilantes al frente.
“¿Qué está ocurriendo?”, se preguntó para sí. “Los muertos se alzan… debe ser magia negra, nigromancia, un hechizo que nos tiene presos y nos impide dejar el mundo mortal”.
No tardó en darse cuenta de que aquel no era ningún hechizo. Cuando se vio frente al estandarte, las piezas rasgadas le devolvieron la imagen desfigurada de la Corona y lo entendió todo. Había estado allí, tan obvio, desde el principio. Había jurado lealtad eterna a su rey, y en su juramento no se especificaba nada acerca de cuándo finalizaba el vasallaje. Al fin y al cabo, aún había tantas cosas que un soldado podía hacer por su soberano.

Arte de: Daniel Soto

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Francisco dice:

    Triste lealtad … Me ha encantado tu relato. ¡Felicidades!.

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  2. Eva Duncan dice:

    ¡Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado.

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  3. Daniel S. dice:

    Un relato de fidelidad, me gusta el aire melancolico. Hoy sería dificil encontrar una «lealtad» semejante. Un placer leerte.

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  4. Eva Duncan dice:

    Muchas gracias, y espero contar contigo para otras publicaciones en el futuro :).

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